Al menos un día al año…

Foto: Miguel Ángel Aguilar Morión

Viven en lo más parecido al cielo que debe haber en la tierra. Rodeadas de auténticos ángeles, pasan los días ya con pocas preocupaciones. Hablan, rezan, se entretienen con cualquier cosa. Se alegran de poder abrir los ojos cada mañana y disfrutar un nuevo día. Y dan las gracias a Dios por ello.

No sabemos sus nombres, ni tampoco nos importan. Ni sus edades. ¿Ochenta? ¿Noventa y algo? Incluso cien parece que ronda alguna… Qué más da. Puede que algunas no tengan familia. Otras que parezca que no la tuvieran. Son una bofetada de realidad para todos los que no nos preocupamos de otra cosa en todo el día que de mirarnos nuestro propio ombligo.

Solo sabemos que una mañana al año vamos a hacerle una visita para que ellas hagan una visita. Al llegar te suenan la mayoría de sus caras. Hay alguna nueva, y también probablemente haya alguna ausencia. Cosas inevitables a ciertas edades. Lo que no cambia nunca es su sonrisa radiante. Lucen casi sus mejores galas para uno de los días más importantes de su particular año. El día en que un puñado de chavales y no tan chavales, van a por ellas a darles un paseo y a llevarlas a las plantas de la Virgen de la Estrella. Chavales y no tan chavales…costaleros dicho sea de paso. Sí costaleros, sí… Esos que dan tanta lata, con tantos ensayos, los de las ruidosas marchas y los que no sé cuántas cosas más. Aquellos de los mil defectos imposibles de pulir pero que guardan un hueco en sus agenda para dar la chicotá más bonita del año.

Aprietan los kilos durante el recorrido, pero no de empujarlos hacia arriba sino adelante. Las calles se hacen duras a ratos también. Pero al final el camino resulta corto, cuando todo acaba viendo algunas decenas de dulces miradas reflejadas en los ojos de la Virgen y cuando el Ángelus, esa oración casi en desuso, suena a celestial rezo de voces entrecortadas mientras el reloj empuja sus manillas para llegar al mediodía. Esa mismas voces que susurran conversaciones que se repiten año a año y que a nadie salvo a ellas y a la Virgen importan. Probablemente muchas dan gracias por haber podido volver a verla tan guapa. Seguro que todas piden poder volver el mismo día el año que viene. Y en este cruce de conversaciones ellas sonríen…y Ella sonríe.

El sol entra por la enorme puerta que da al patio del colegio. Casi el mismo sol que deseamos todos que luzca el Domingo de Ramos. Los costaleros se recrean en la estampa que tienen delante y sonríen igual que cuando arrían el paso sabiendo que han dado una buena mano. Aquellas mujeres van pasando de una en una por delante de la Virgen. Algunas, las que menos, alcanzan a besarle la mano. Otras, sentadas en sus sillas, se conforman con besar alguno de sus rosarios. Que poco importa todo en esos momentos.

Toca volver a casa. A ese trocito de cielo que el mismo Dios puso en el mismo corazón del Jerez antiguo. De reojo miran a la Virgen diciendo un adiós que cuesta mucho. Deseando que pasen pronto de nuevo los días hasta la próxima cuaresma. Y dando gracias, como no, por haber podido estar tan cerca de la Madre de Dios, aunque solo pueda ser un día al año…

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