El helado

Todo apunta a que estamos a lunes, ¿cómo, que ya estás harto de la semana? Anda no digas pamplinas -que para eso estoy yo ya- aprieta los dientes y tira para delante que si malgastas esta semana nadie te la devolverá después.

Déjame que te cuente una pamplina que me pasó hace un par de días. Te cuento: esta vez me encontraba en un bar sin alma; una franquicia de esas donde te sirven hamburguesas envueltas en papel pinocho (igualito que el papel de estraza, igualito) y patatas en cajas de cartón…igualito que un cartucho, igualito.

Pues eso que la espera hacía que, a Dios gracia, estuviera dentro de un bar sin alma, y  digo “a Dios gracia” porque recibí una de las lecciones más gratificantes que me han dado jamás.

La edad de la chavalería que hacía el bullicio en el bar sin alma es esa donde las hormonas se pueden cortar en el ambiente. Ellos y ellas intercambiando risas pavosas y bromas sin gracia.

De repente la puerta se abrió y entraron Manuel (jamás olvidaré ese nombre) y su madre. Manuel es de esas personas que les ganó el pulso al calendario: su cuerpo envejecerá mientras su mente siempre estará jugando con muñecos.

Da igual la edad de Manuel: siempre será un niño.

Da igual la edad de la madre de Manuel: siempre será la barandilla que evita que caiga desde el precipicio de su locura.

Manuel solo quiere un helado, su helado, y para que el mundo al que no pertenece lo sepa hace movimientos bruscos y chilla, chilla y todos lo miran como si fuera un actor de reparto en el peor papel de su vida.

Su madre lo mira y con un simple “Manuel ven con mamá” lo transporta a nuestro mundo. Ella será eternamente el flotador que salve a Manuel de un naufragio perpetuo.

Los movimientos bruscos de Manuel tirarían a cualquiera…a cualquiera sí, pero a una madre no.

Todo el bar sin alma mira la escena: Manuel sentado se mancha con su helado; su madre lo limpia. Manuel se pone de pié y grita; su madre lo sienta y lo calma…Manuel se come su helado: su madre SONRÍE, le ha vuelto a ganar la batalla diaria a los fantasmas de Manuel.

Manuel termina su helado y su mente pone cordura pasajera para  decir: “Te quiero mamá”. La madre de Manuel  lo mira y se lo agradece con un eterno pregón de amor: “Ya lo sé hijo, ya lo sé”.

Salen del bar sin alma dejando una clase magistral de lo que es entregar el alma a los demás. Clase magistral de lo que hacen las madres por sus hijos.

¡SONRÍE! Mientras haya una madre en el mundo todo tendrá sentido.

¡VIVAN TODAS LAS MADRES DEL MUNDO!

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