Bajar la mano

Lunes. Otro lunes más para nuestro calendario vital, otro lunes para quitarle el envoltorio de “día duro y feote” y maquillarlo como “primer día de una nueva historia de 7 días”. Pues eso, ya estás tardando en ponerle el mejor de tus maquillajes.

Déjame que te cuente una pamplina que me pasó hace tres días. Estaba yo en ese “País de Nunca Jamás” que es la Feria de Jerez. Mi codo estaba a buen recaudo: fijando el costero derecho de la barra, en la mano un fusible fresquito de esa poción mágica que es el fino de Jerez.

Pues eso, que andaba en la biblioteca cuando suelta mi pareja de fusible “Joselito me voy ya a los toros a ver si aprendo a bajar la mano”.

“Aprender a bajar la mano”. Ole. Lo peor de esto es que el que me lo dijo, tocayo mío de apellidos por partida doble, es de esas personas que mejor le baja la mano a los problemas que intentan cogerlo por la femoral…los hermanos que van abriendo el cartel jamás dejaran que a nosotros nos llegue un toro complicado.

Ellos, los mascarones de proa de nuestra vida, son el ejemplo máximo de la frase “O puerta grande, o enfermería”. Y la enfermería, hoy por hoy, ni está, ni se le espera.

Citar a los problemas desde el centro de la plaza, citarlo sabiendo lo que nos jugamos. El pecho fuera, citarlo con todas nuestras ganas, como mandan los capateces antiguos. Los pies juntos y quietos: que para eso nos parieron toreros. La mirada fija en los ojos del morlaco…el miedo para otro.

Y todo esto sin importar la edad. Madres que ponen las banderillas negras a la pena de sus hijos, madrinas que nos hacen quites imposibles con tal de que podamos seguir con la faena del día a día…dos orejas eternas para ellas.

No hay edad para ser torero. Aún se recuerda en Madrid la faena que le hizo Javier a un toro que jamás debería haber aparecido en el cartel de su vida. Ese toro que es capaz de hacer que tu primera vivienda sea la planta de un hospital.

Pues él, sabiendo lo que se jugaba, recibió al animal como hace la gente de su estirpe: Puerta Gayola. El animal jamás comió tanto albero como en aquella “larga cambiá” que mi torero le dio. La única faena que ha habido en la historia digna de ganarse aplausos y hombros perpetuos.

¡SONRÍE! Te dejo mi capote y al toro. Cítalo, que sepa que te sobra el coraje y las ganas. Eres el mejor primer espada que tendrá tu cuadrilla…y, aunque a veces no los sientas, te aplauden cada vez que llegas en el paseillo que día a día haces en esta bendita plaza que es tu vida.

¡VIVAN LOS TOREROS CARAMBA!

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