Los años del hambre

Por fortuna quedan todavía personas mayores para narrarnos en primera persona cómo fueron realmente los años del hambre, esos que siempre imaginamos en blanco y negro quizá porque nunca alcanzaron a nuestros estómagos.

Gracias a esos testimonios orales sabemos de la escasez y la necesidad que caracterizó a un tiempo en el que cualquier cosa era bienvenida si permitía la subsistencia.

La generación a la que pertenezco creció con yogur y colacao a puntapala, pero a cambio conoció los años del hambrecofradiero, aquellos en los que no había forma de ver un santo en la calle, aquellos en los que el manto de la Piedad era algo así como el finisterre de los tambores, la cera y los inciensos.

Más allá de la puerta que siempre dejaban abierta el Corpus, la Minerva, el Carmen y la Merced; no había quien no tuviera marcada en su agenda alguna que otra cita casi clandestina en las que el madrugón encontraba el premio de disfrutar de la presencia de una imagen en la calle. Siempre sin música, pero con cera, flores, incienso…

En una extraña época en la que se ha pasado de la nada al todo como por arte de magia, el rosario de la aurora de la Virgen de las Angustias parece erigirse año tras año en evocación del tiempo que se fue, en recuerdo permanente a los años del hambre cofradiera.

rosario-aurora-angustias-2012

Lo extraordinario ha engullido a lo ordinario. Con parecido entusiasmo al que pusieron los niños del hambre para que acabáramos con las existencias de yogur y colacao, hemos tratado que las nuevas generaciones de cofrades no vean en el manto de la Piedad un anuncio del Apocalipsis.

Conviene actuar con prudencia y mesura, no vaya a ser que los niños del hoy pongan a dieta a los del mañana, porque tanto daño puede hacer el hambre como la glotonería…

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