Este pasado sábado me acerqué al otoño cofrade sevillano –que también existe- animado por la salida extraordinaria de la Virgen de la Paz, a la que tuve ocasión de ver en la calle en 1989, cuando regresaba a su barrio del Porvenir tras celebrar su primer cincuentenario.
Los 27 años transcurridos entre aquella efeméride y esta coronación canónica han sido testigos de profundos cambios sociales. La España de 1989 no es la de 2016 y la Sevilla de entonces no es la de ahora, tampoco sus cofradías.
La acertada peatonalización de buena parte del centro de la capital hispalense ha terminado convirtiendo a esta zona de la ciudad en una especie de parque temático de sí misma en el que la superficialidad ha terminado imponiéndose a la esencia.
La Giralda extiende su sombra sobre una ‘milla de oro’ a diario repleta de visitantes, en una amalgama a la que dan forma los turistas, los excursionistas y aquellos otros que se acercan los fines de semana a ver procesiones ordinarias y extraordinarias.
Estratégicamente repartidos a lo largo de esa masa que viene y va aparecen –cual figurantes de un parque temático- el señor trajeado y con medalla que va camino de una función, la muchacha que está a punto de casarse, la gitana de la mata de romero e incluso el joven que se marca un zapateado sobre un par de tablas a cambio de unos euros.
Además de hacerle una foto a cualquiera de estos personajes, el visitante tiene ocasión de marcarse un ‘selfie’ con un paso; porque más tarde o más temprano, en esta ‘milla de oro’ termina apareciendo un paso.
Escapé de aquello, camino de San Martín. Y allí, a salvo ya del guirigay, apareció la Divina Enfermera. La Sevilla de siempre sigue existiendo…, sólo que ahora no se encuentra tan a la mano como antes. Ahora, sencillamente, hay que buscarla…