Un virus sin vacuna

Francisco C. Aleu

Nos habíamos acostumbrado ya a que la aparición sobre la acera de algún hierro sospechoso de ser utilizado como estructura de un palco permitiera achacar a las cofradías todos los males que aquejan a la ciudad, que créanme no son pocos.

Pero este año nuestros ‘haters’ se lo están currando a base de bien, porque al capilleo está a punto de caerle el ‘sanbenito’ de propagador oficial del coronavirus.

Habrán observado la extraordinaria habilidad que han tenido para trasladar a la opinión pública la sensación de que la principal fuente de contagio está en los ritos propios de la Iglesia Católica: que si las pilas de agua bendita, que si eso de darse la mano en señal de paz, que si los besapiés…

Más allá de alguna extravagancia verbal de cierto hermano mayor sevillano -jaleada por los rancios de aquí y allá- lo cierto es que ha faltado tiempo para que obispos y cofradías recomienden no besar o tocar a las imágenes para evitar la transmisión del virus. De modo que si por un casual terminamos todos infectados no habrá sido por no avisar.

Extraña sin embargo que se haya descargado toda la responsabilidad de la transmisión del Covid-19 en un colectivo tan reducido si se parte de la base de que a misa, según nuestros ‘haters’, apenas van “cuatro viejas”.

Sin embargo, que se sepa el Ayuntamiento no ha pedido a los usuarios del transporte urbano que se abstengan de tocar la barra del autobús. Ni a la patronal hostelera se le ha pasado por la imaginación desaconsejar a los clientes de los bares que se dejen caer en las barras cuando toman un café o una cerveza.

Es más. No consta que las comunidades de propietarios estén alertando del peligro que entraña poner la mano en el mismo pomo que han debido utilizar todos los vecinos para abrir el portal o montar en el ascensor.

Han conseguido hacernos creer que es peligroso que toquemos el pie de un Nazareno, pero no la barra de un bar o la puerta de un establecimiento comercial.

Hemos asumido el pretendido alto riesgo que entraña darle la mano a un señor dentro de una iglesia, pero entendemos natural saludar con idéntico gesto a cualquier individuo que nos encontremos por la calle.

Se está deslizando ya en el debate la conveniencia de suspender la Semana Santa, pero no se plantea el cierre de cines, teatros, salas de fiestas, gimnasios o centros comerciales.

Y todo esto arrancó y se propagó desde China, que no es precisamente ‘la tierra de María Santísima’, y donde no han oído hablar jamás de besamanos ni de besapiés.

Quiero pensar que todo esto pasará. El día que ello ocurra nos volverán a echar la culpa de cosas más o menos banales. Nos acusarán de cortar el tráfico y de que no se pueda aparcar en el centro.

El problema es que lo harán los mismos que apenas desmontados los palcos volverán a defender la peatonalización de calles y plazas. Los mismos que reclamarán espacios para el peatón y una ciudad libre de emisiones.

Más tarde o más temprano la ciencia encontrará una vacuna para el coronavirus y este episodio de histeria colectiva quedará reducido a la anécdota. Más difícil será dar con una vacuna que cure el odio, un virus para el que no existe remedio.

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1 comentario
  1. Gran habilidad para seguir haciendose las víctimas….objetivamente hay muchas prácticas de riesgo, los besamanos lo son y hay muchos. Las demás también. Odio es una palabra muy fuerte. No percibo yo ese odio. Critica a algunas actividades y actuaciones si.Pero como dije al principio que nos gusta sentirnos perseguidos.

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