Son casi tres años sin besar los pies o las manos de las imágenes de nuestra Semana Santa. Casi un trienio, pues hasta el 8 de marzo de 2020, segundo domingo de Cuaresma, las cofradías expusieron a sus titulares en ceremonia de besamanos. Hoy, la realidad es otra. El beso se ha vuelto contemplación, pero la esencia queda intacta. La veneración a Cristo y a la Virgen se pusieron de manifiesto una Cuaresma más y serán, al menos, dos completas.
Las misas de imposición de la ceniza daban paso, en algunos templos, a la apertura de las ceremonias de veneración. Otras comenzaban con anterioridad y a su cierre tenía lugar el ritual de la conversión y preparación cuaresmal. Hubo corrillos a las puertas, charlas que hacían hincapié en la ilusionante cuenta atrás y quedadas para tomar café y hacerse itinerarios en la cabeza. El capilleo está de vuelta.
Pero lo cierto es que, superando al pasado año, los cofrades acudieron con mayor decisión a un inicio de la Cuaresma con más certezas que los dos anteriores. Se notó, especialmente, en San Miguel y San Francisco. El primero de los templos fue un constante goteo de quienes acudían a contemplar al Santo Crucifijo de la Salud. Una imagen del siglo XVII que merece bien cada segundo frente a la hechura del flamenco José de Arce.

La ruta indicaba a las claras a dónde había que ir con posterioridad. De San Miguel a San Francisco y viceversa. En el templo conventual, otro tipo de público. Además de cofrades, aquellos que van de paso. Quienes acuden al mercado central de la ciudad y de camino entran a ‘saludar’ al Señor de la Vía Crucis. Y a San Judas Tadeo, claro está.
A partir de aquí, el rompecabezas se completó como buenamente quiso cada uno. San Lucas, con el Cristo de la Salud; La Victoria, donde estaba el Señor de los Trabajos; en Capuchinos, la Mortaja y la Virgen de la Caridad; y en Fátima, el Cristo de las Misericordias. Un trayecto tan real como el del pasado año, con las mismas ceremonias, pero con un horizonte más claro, más tangible, más cierto.
Una Cuaresma distinta, aún en contexto pandémico, pero la de siempre, con sus nervios y su almanaque caduco.