Lunes, pues sí. De esos lunes de Cuaresma que traen faenas típicas de esta maravillosa época del año como es ir a comprar bacalao a la plaza, sacar la papeleta de sitio (recuerda que todos tenemos un sitio en esta vida) o ir a decirle a nuestra abuela que cada día está más guapa… que para eso todos los días son buenos.
Déjame que te cuente una pamplina de las mías que me ocurrió ayer, día de San José. Te cuento: paseaba -en mi pueblo no se camina, en mi pueblo se pasea- a esa hora donde la sed aprieta, más que por necesidad por ganas de alternar en la barra de un tabanco, cuando escucho a mi lado a un niño de unas tres Cuaresmas decir la siguiente frase: “eres mi favorito”, mientras abrazaba a su padre.
“Eres mi favorito”, quien pueda que iguale esta declaración de amor a la que no le hace falta anillos para ser eterna. “Mi favorito”. Y mientras lo apretaba, a su padre se le escapaban del redil de la alegría un par de mares con puentes de felicidad.
Un padre es esa persona que en la pista central de la vida salta al vacío sin red mientras ve que su hijo se sienta cómodamente a verlo sin saber que día a día se está dejando el alma en cada función… ¿y si se cae? Pues se levanta, se quita el polvo de las rodillas, se pone bien las gafas y continúa, que para eso los padres son especialistas en volver a empezar sin que se note.
Cantantes, jugadores de fútbol, actores, superhéroes, todos ellos jamás le llegarán a la suela de los zapatos a nuestros padres. Piénsalo antes de convertir en ídolos a personas que no se lo merecen, mientras tenemos a nuestra vera al mayor de ellos… y además con nuestro mismo apellido.
Que un padre es el que cuando te decía tu madre un “NO” rotundo te lo traducía en un “Bueno, tú no te preocupes que yo hablo con ella”… y es que nuestros padres llevan toda nuestra existencia traduciéndonos la vida para que nos duela menos y lleguemos un día a entenderla.
De las lágrimas de un padre jamás han escrito los poetas por una sencilla razón; duelen el doble pero se ven la mitad… y es que las lágrimas y preocupaciones de un padre desaparecen tan rápido que a veces parece que ni siquiera hubieran llegado.
No hay mayor piropo que un “yo sé que lo harás bien” de un padre, exacto, esa sensación de ser invencibles que nos dan cuando confían en nosotros…que se pare el mundo, un padre es capaz de volverlo a mover cuando te pone el brazo por encima y te dice esa frase: “Yo se que lo harás bien”.
¡SONRÍE! Tenemos el mayor seguro de vida que podamos tener: nuestros padres, y los tenemos estén o no estén, que antes de la caída siempre aparecerá su mano para impedirlo…o para empujarnos hacía una felicidad mayor cuando no tenemos el valor de dar el paso definitivo.
¡FELIZ LUNES. FELIZ SEMANA. FELIZ CUARESMA!