Como el pregonero recordó en su exaltación aquello de que “en Domingo de Ramos, quien no estrena se le caen las manos”, este humilde cronista se dedicó ayer a observar si cada cofrade tenía estas partes de sus extremidades en perfecto estado.
Y sí, mayoritariamente sí. Mas todo tiene su explicación, y espero que me permitan como recurso la repetición del término. Pues en la primera jornada estrenamos en plural – independientemente de lo físico (o no)-: casi todos estrenan ilusión, algunos estrenan la alegría del reencuentro, los más “palizas” estrenan, incluso, año nuevo y la meteorología se estrenó con un desagradable viento de levante, desbaratando así cualquier posibilidad de ver candelerías encendidas.
Además, el día estrenó una cofradía nueva, Pasión, que se estrenó como la primera en salir y cuya cruz de guía, que se estrenaba, también lo hacía en el arranque oficial. Asimismo, estrenaba el segundo recorrido más largo y lo que son las cosas de la Semana Santa moderna, nos pareció algo normal. Quizás pudo mitigar la impresión del esfuerzo la entereza del precioso cortejo negro y morado y el andar valiente y presuroso de la cuadrilla, perfectamente conjuntada con la Banda de Cornetas y Tambores Santísimo Cristo de la Elevación de Campo de Criptana, que se estrenó en Jerez – vuelve el vocablo- junto a las magníficas imágenes del Caifás y el guardia judío de Antonio Dubé.
Por la Ermita de Guía estrenaron seis apóstoles de Lourdes Hernández para su paso de misterio y la Hermandad del Perdón volvió a dejar patente su impronta en un año en el que se han cumplido diez desde que ésta iniciara su senda como una de las cofradías iniciales de la Semana Mayor. Este cambio fue un punto de inflexión y desde entonces la corporación se ha colmado de detalles en su cortejo, pormenores que bien pudieron observarse en las andas del crucificado, como recuerdo de la efeméride que está celebrando, la del cincuentenario de la hechura del Señor.
Sin embargo, la salida procesional resultó más accidentada de lo normal, ya que a la caída de la corona de espinas tras la salida, se añadió un problema con la sujeción del Cristo, que se solventó de manera provisional y no fue a mayores.
Quedará, por tanto, en el anecdotario de una hermandad que ayer echó de menos a su hermana mayor, de la que llegan buenas noticias y a la que mandamos un afectuoso abrazo y nuestros mayores deseos de recuperación.
En otro orden de cosas, y prosiguiendo con nuestro periplo de estrenos, también vio la luz en la Borriquita la nueva talla de San Pedro, de Fernando Aguado, y la icónica y flamante palmera de las andas de Cristo Rey. Una imagen que vio modificado su sello bajo las trabajaderas, incorporando cambios en el andar costalero, cuestión que no fue en detrimento de la estética y la elegancia.
En el palio, por contra, todo siguió su cauce y el tránsito de la Virgen de la Estrella por las calles fue espectacular, especialmente en la calle Tornería, donde se produjo una profusa lluvia de pétalos.
El Transporte y la Coronación casi no estrenaron, pero volvieron a derrochar estampas nostálgicas y lo que es más importante: personalidad. Si estas hermandades consiguen -y consiguieron- aunar a tantas personas a su paso es por haber sabido ser fieles a sí mismas. Es más, sólo es necesario ver la reacción del público durante sus salidas. Esta emoción nos resta literatura, lo dice todo.
No obstante, si nos referimos al todo, hemos de hacerlo con la Hermandad de las Angustias, que es uno de los cánones cofrades desde el principio hasta el fin de su séquito de nazarenos, siempre compacto y plástico en su figura unísona, así como impecable fue el andar de los hombres de Joaquín Bernal, que este año han donado el llamador del misterio.
A fin de cuentas, los elementos quisieron estropear un Domingo de Ramos que se presentó con ímpetu y, por ende, pese a todo, triunfó la fuerza del anhelo, el vivaz reestreno que se presenta después de tanta espera.