Si algo de recuerdo tiene la infancia es ese camino que te llevaba al colegio de la mano del eslabón más bonito que tenía tu vida.
Hoy en día ese camino está lleno de mochilas de Frozen y Mickey. Mochilas llenas de lo que podrán ser y si Dios así lo quiere lo serán, mochilas que llevan pedacitos de ilusiones pegados a cuadernos y libretas con los primeros renglones de sus biografías.
Cada paso que dan camino del cole es un paso que das tú camino del ayer disfrazado de hoy, cada paso que dan camino del cole es una cuenta de adoquines que vas añadiendo a ese muro que marcan las manecillas del reloj. Puro Bambino.
Qué de risas acompañan a Frozen y a Mickey al cole, qué de risas, qué de lloros, qué de legañas, qué de bostezos, qué de “anda que ya va a ser viernes”… Frases que tienen, como Al Pacino, un pacto con el diablo y que siempre tienen la edad de la persona que la dice.
El cole es ese lugar donde ellos son ellos mismos, el camino al cole es ese lugar donde tú no eres tú mismo, eres tú queriendo ser tú mejor versión para que la última de Palio llegue sin que ninguna lágrima intente hacer puenting. (Más de uno está pensado ahora “¿qué quiere decir con eso de última de Palio?”… Llama a tu cuñao el jartible de las cofradías que te lo va a explicar)
Romería de las buenas. Romería de esas donde todos van pendientes de todos, nadie empuja, nadie se cuela, nada se pierde, todo aparece. Cualquier “Plan Rocío” no le llega a los tobillos a un camino de ida al cole de los lunes.
Tramos y tramos de monaguillos perfectamente peinados que van como funambulistas por la acera más pendientes de volver a ver a sus amigos de la clase que de cumplir el horario que la Unión de Hermandades les mande.
Pues eso, que Frozen y Mickey van camino del cole con ese compás propio de la certeza de saber que una parte de nosotros va jugando con ellos camino del cole… la certeza de saber que en ese camino está encerrada la verdadera vida eterna.
