La templanza y la moderación son valores en peligro de extinción. Saber dónde, cuándo y -sobre todo- cómo decir las cosas es vital en cualquier ámbito de la vida. Eso es, ni más ni menos, que inteligencia. Sin embargo, somos testigos a diario de palabras gruesas en las redes sociales que nos ponen la piel de gallina. Conviene no caer en el error de creer que la culpa de esta crispación generalizada la tienen las redes sociales, porque estas no son más que entes inanimados a los que las personas le dan vida. Por tanto, somos nosotros los únicos responsables de los comentarios cargados de intolerancia que en ocasiones se revisten con un lenguaje soez.
Es el caso de las recientes salidas de tono de Manuel Muñoz Natera, hermano mayor de la Sagrada Cena, que en una mesa redonda sobre las propias redes sociales se aventuraba a lanzar ciertos juicios de valor cargados de insultos y malas formas. Cabe destacar que la citada tertulia estaba organizada por la Hermandad de la Paz de Fátima, enmarcada en la Semana de la Paz que organiza la corporación de La Constancia. Y tuvo de todo, menos paz.
“Si Manuel Muñoz Natera es presidente de la UHH en esos momentos, la Carrera Oficial va al final”
Es llamativo que el máximo dirigente de la corporación que tiene como titular a una dolorosa con la advocación de la Concordia pueda llegar a lanzar tal cantidad de improperios en un acto público. Llamativo e intolerable. Y ahí debe actuar la cofradía organizadora a través del moderador del encuentro. Permitir que se desarrolle un ambiente en el que se lancen expresiones como «cagaleras de fe» no es aceptable. Porque hay que saber cuándo retirarse de los sitios y, si no se sabe, otros deben invitarle a salir para evitar agravios como estos. Y si es necesario suspender el evento, así sea. Una retirada a tiempo es una victoria.
Es llamativo que el máximo dirigente de la corporación que tiene como titular a una dolorosa con la advocación de la Concordia pueda llegar a lanzar tal cantidad de improperios en un acto público
Es intangible el daño que pueden llegar a hacernos este tipo de comentarios, vertidos en un acto abierto y del que se hacen eco las propias redes sociales al instante. Nadie está exento de caer en errores. Pero tampoco nadie está dispensado sin pedir perdón, a insultados y al colectivo al que deja en evidencia. En la mano de todos está velar por la templanza, la moderación y la exigencia de estos dos últimos valores a los máximos dirigentes de las cofradías.