Formación

Luis Cruz de Sola

Hace muchos años, el muy querido párroco de San Marcos, D. Carlos González Garcia-Mier, dijo en una reunión, creo de Cáritas Diocesana, “cómo vamos a formar y evangelizar a una sociedad que se siente ya formada y evangelizada. Aunque no tengan ni idea de nada, es casi imposible”. Y algo de verdad había en aquella frase, porque mucho tiempo después, los planes de formación en parroquias y hermandades, salvo casos muy concretos, o siquiera se inician, o se reducen a una mínima expresión o, en demasiados casos, fracasan estrepitosamente.

Los católicos de nuestra Diócesis, en general ¿se sienten suficientemente formados? No lo sé, pero sí sé que querer profundizar en los principios y valores de nuestra fe u obligarse a participar en foros o grupos educativos, parte de una decisión absolutamente personal, y que es imposible intentar formar a quien, por decisión propia, no quiera, no desee o no tenga ganas de hacerlo.

Vivimos en un mundo difícil y complejo, en el que la educación familiar, la exigencia personal y la disciplina no viven su mejor momento, en el que muchos de nuestros hijos terminan su etapa escolar y parece que han dejado de asistir a bastantes clases, en el que la lectura y el conocimiento casi se ridiculizan en algunos foros, en el que pasamos muchas horas viendo programas soeces participados por mediocres que ridiculizan todo aquello que no sea dinero, lujo, ostentación o poder, y abominan de nuestra Iglesia tachándonos de lo que sea y sin pudor a quienes nos sentimos seguidores de Cristo, en el que vemos normal que un crío con dieciocho años gane no sé cuántos millones al año por destacar dando patadas a un balón, y nos parece una barbaridad que gane una ridiculez quien estudia, se esfuerza durante años y consigue un trabajo que, a lo mejor, hasta puede salvar nuestras vidas.

En este nuestro mundo, del que podríamos hablar durante horas, vive nuestra Iglesia y, con ella, las hermandades. Y desde la conciencia y seguridad de la necesidad de crecer en nuestros sentimientos religiosos desde el conocimiento, no hay un hermano mayor al que le pregunten cuales son los objetivos de su hermandad que no responda con la manida frase de: “cultos, formación y caridad”.

Pero la realidad dista mucho de las intenciones, del empeño que se ponga o de la ilusión que intentes infundir a tus hermanos. Pocos, muy pocos hermanos, por mucha buena intención que tengan, después de ocho o diez horas de trabajo con, seguramente, necesidades familiares que cumplir, cansado y con ganas de llegar a casa, se va a acercar a su casa de hermandad, para escuchar hablar durante una hora de un tema que, en el fondo, le aburre soberanamente o, simplemente, no le interesa ni quiere conocer.

¿Cómo enganchar a estos hermanos? ¿Cómo hacerles sentir esta necesidad? Creo que hemos intentado de todo: llamadas comprometiendo, conversaciones particulares, cartas, wasaps, correos electrónicos… de todo. Pero claro, si al final lo convences, consigues que venga y se encuentra que no tiene enfrente un formador adecuado, un orador convincente o una persona cercana y que atraiga desde el conocimiento y la fe, el hermano vendrá un día y nunca más.

Porque este es el segundo problema, no todo el mundo es formador, ni está capacitado para atraer a las personas, ni tiene un mínimo de carisma para enganchar a nadie, pero ¿cómo le dices a quién se ofrece, desea o cree que es su obligación impartir esta formación religiosa, que quieres que sea otro sacerdote o persona reconocida el que lo sustituya porque no tiene las cualidades necesarias?

Al final, la formación es el objetivo a cumplir más complicado para las hermandades. Obligar a quien se vaya a presentar a hermano mayor a realizar unos cursos de teología durante años, como parece que se plantea en Málaga, o a asistir a una serie de conferencias a quienes se presentan a junta de gobierno, como pasó en Jerez, o a lo que sea, termina volviéndose en contra de todo y no consigue absolutamente nada.

Faltan formadores y comunicadores en nuestra Iglesia y creo que, de ello, no tienen la culpa las hermandades.

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