Siempre se decía que el Miércoles Santo era uno de los días grandes de nuestra Semana Mayor. Con la incorporación en nómina de dos nuevas hermandades, dicho día nos compelía a estar verdaderamente en forma, so pena de no poder disfrutar, al completo, de todas y cada una de las cofradías que hacían estación de penitencia.
Recuerdo que los números nos deslumbraban. Prácticamente unas 12000 personas participaban, de una u otra forma, en tan prestigiosa jornada. Unos 2000 nazarenos; 700 costaleros; 700 músicos repartidos entre un total de 8 formaciones musicales; 8500 personas como devotos acompañantes tras los pasos (no había que olvidar el multitudinario acompañamiento del Señor de las Tres Caídas) y otras 100 personas entre capataces, auxiliares y colaboradores de las corporaciones nazarenas.
12000 personas, amén del numerosísimo público que abarrotaba las calles para presenciar y rezar ante nuestros Sagrados Titulares, que hoy a buen seguro no tendrán otra cosa mejor que hacer que empaparse de la “interesantísima” final de la Copa del Rey. 12000 personas que no tendrán que optar entre participar en una de nuestras más ancestrales tradiciones, o desgañitarse denodadamente en el sofá de casa, como si de un miércoles cualquiera se tratara.
Recuerdo que aquellos inolvidables Miércoles de nuestra Semana Santa nos visitaban muchos foráneos. Incluso hasta algún que otro célebre famoso acudía a nuestra Muy Noble y Muy Leal Ciudad para deleitarse con la que algunos habían dado en calificar como “la gran desconocida”.
Era imposible deambular por las calles, no cabía ni un alfiler. Los bares haciendo su particular “agosto”, al abrigo de una jornada que precedía a un día de fiesta: EL DÍA DEL AMOR FRATERNO.
El Barrio de Santiago vestía sus mejores galas y las batas de lunares descansaban entre la cal de unos patios colmados de geranios, dando paso a los trajes con garbo. Otro tanto ocurría con el jovencísimo Barrio del Pelirón, que hizo de la “CASA DE LA VIRGEN” una capilla que, por algunos momentos, toma tintes de basílica. Las puertas de Los Descalzos no tendrán que ensancharse para permitir el paso de palio más colosal de nuestra Semana Santa. Las angostas calles de la collación de San Lucas no se sobrecogen ante el tumultuario acompañamiento de devotos tras el Señor de la Salud. La Plaza del Mercado no desparramará sus lágrimas ante el paso de Cristo yerto. La remota Barriada de la Granja ya no vibra con la entusiasta gesta de los miembros del Soberano Poder.
Mañana es Jueves Santo, pero hay que trabajar, pues aunque sigue siendo fiesta nacional, al no haber hermandades en la calle, algún político avispado ha cambiado la festividad de tan otrora “brillante Jueves”, por una día más para alargar nuestros afamados puentes festivos.
El lavatorio de pies, la rememoración de la institución de la Eucaristía y la visita a los Sagrarios serán los únicos vestigios de un día en el que, por San Dionisio, el azahar se hacía Mayor Dolor; el olivo del Huerto jugueteaba con la palmeras de Cristina; la Redención rendía visita a los enfermos de San Juan Grande; un caballo relinchaba en El Carmen por una feroz Lanzada y la Verdadera Cruz abrazaba mantillas y trajes de riguroso luto.