Decir las cofradías

La opinión de José Llamas Iniesta

José Llamas Iniesta – @pep_llamas
Cofrade malagueño-jerezano. Hermano de las Penas de Málaga y de la Soledad de Jerez

Aún con los recuerdos de la Magna de Jerez flotando en la memoria vine a darme de bruces con una nueva portada de ABC que se clava como un rejón en los adentros: Curro saludando desde el palco de la Maestranza con ocasión del festival benéfico celebrado en homenaje suyo, precisamente, el mismo día que tenía lugar el desenfreno procesionista jerezano. Traigo a colación esta feliz coincidencia porque siempre advierto en estas efemérides, aunque distintas y teóricamente alejadas entre sí, una serie de conceptos transversales,  un hilo conductual, de ligazones invisibles que quizá las unan por la base, por las raíces y que tienen que ver con el misterio, con el espíritu, con la belleza que contemplamos, con el decir de la tierra, con el sentimiento y el ‘quejío’ más puro y certero del pueblo andaluz. 

Cuando cojo el periódico y escucho a Jesús Soto de Paula, hijo de Rafael, -y digo escucho y digo bien-, hablar de Curro o de su padre, con esa hondura tipográfica, con el desbroce certero de la emoción, sus letras bien podrían ser la crónica de todo aquello cuanto también sucedió el pasado sábado en la endosfera jerezana, en su núcleo más íntimo, que no en su corteza externa de sillas, retrasos y desorganización. Porque precisamente ahí, como escribe Soto, en ‘el pseudo milagro de aquello que nos hace ver con los ojos del alma se engloba tanto el estrépito como la catarsis’, el fracaso estruendoso y el clamor, la piel de gallina por no creernos ver la belleza que contemplamos. Y exactamente esto fue la Procesión Magna Mariana de Jerez de la Frontera, ‘la crudeza del espíritu que sobrepasa la carne’. Eso que no creemos que se ve, que bien lo explica el escritor, pero que ‘con el tiempo es lo que mejor vemos’. 

Aquí caben dos opciones. O quedarnos en la logística, en el planteamiento inicial posiblemente erróneo, en los apriorismos, en la crueldad de los tiempos de paso, o pasarnos el misterio de Jerez como hacía el Paula, susurrándole en el embroque, sosegadamente, con el mismo ensimismamiento. Pasados unos días del evento, con el tiempo vemos y ordenamos mejor nuestros recuerdos, los encajamos en su sitio, escuchándoles la música a compás, ese soniquete único que es el que pone a Jerez en la punta del mundo cofradiero, porque sus calles suenan, bailan, son calles que torean con todo el cuerpo.

Eso lo viste, como nosotros, desde el principio, desde que la Paz de la Coronación se echó a andar por la calle Arcos, la primera en la frente, y a la gente de Isaac les dio por decir ‘aquí estamos nosotros’, susurrándonos el sentimiento, y al Carmen de Salteras por poner en Ávila la triada mágica de don Pedro Gámez Laserna: Saeta Cordobesa, el ‘trío’ de ‘Pasa la Macarena’ y ‘Subterráneo’. No sabemos muy bien porqué, ni cómo, pero ocurrió. Y sucedió también Loreto saliendo con su marcha de Orellana y las ‘nuevas’ comiéndose el Mamelón y la Porvera poniendo todo de sí con lo propio y lo prestado a primeras horas de la tarde. Con las Mercedes, las Aguas o el Amparo dijimos que no tenían que estar, no les tocaba, pero la realidad trascendía a otra naturaleza propia, la incandescente, la que llamea en el interior de los templos o en las casas de hermandad, la de los esfuerzos por ser y no sólo porque ya son sino que también están. La puerta enorme de San Rafael se abrió como metáfora perfecta de lo que hablamos. Lo mismo que fue la Clemencia en la Rotonda en 2000 con la llamada de don Rafael. 

Y con el cuerpo y con la muñeca también las grandes tocaron la muleta, las de siempre, empezando por la hermandad del Cristo del Amor cuya epítome es el abismo de la Virgen de los Remedios bajo palio. Ellos no lo saben, o quizá sí, pero esa es su ‘obra’ maestra, aunque sólo saliese así unos pocos años y no lo haya hecho en los últimos cuarenta, o porque decidieran procesionar primero al Cautivo. Si alguien tenía alguna duda, Ella es el faro, la guía, la brújula de una cofradía que debe latir al ritmo de sus dolores concentrados tras el fragor de una candelería encendida. Del perfil y mirada al cielo de la Virgen de los Remedios ha de partir todo, las formas pero sobre todo el concepto. 

Conforme avanzaba la tarde íbamos perdiendo pie, conforme se asomaba el palio de la Misericordia por la calle Merced al tiempo que salía el Dulce Nombre con música y con la marcha de Lerate. La imagen de la Dolorosa de Sebastián Santos, todo blancura, bajo la imponente fachada de Santiago mientras sonaba ‘Saeta Jerezana’ nos dio buena cuenta de que todo comenzaba a fluir en una dimensión que ya no encajaba en el cuerpo sino en el alma. Lágrimas, clásica; Dolores, de una vez; Desamparo cabiendo en una bulería por soleá. El paraíso comenzaba a abrirse por la herida de la calle Ancha y la Porvera. El trémolo de tres catedrales andantes, el Desconsuelo, el Dolor y la Piedad, tres ecos de Ignacio López arañando las fachadas y los lienzos de muralla, mientras se nos caían los oles callados del asombro. Se abría de capa Santiago y soltaba San Miguel el capote de recibo, como si los dos barrios se hubiesen citado en un duelo de quites a la verónica. Allí que nos fuimos, donde en sevillano Barbeito ‘muerden el tiempo las almenas’ del Alcázar y por el albero taurino de la Alameda Vieja nos dio la Esperanza la ‘media’ inasible que esperábamos. Al preguntarle a Javi y a Adri, malagueños que me acompañaban, lo que les había parecido, me respondieron con un silencio cómplice y el brillo de unos ojos que se hacían cada vez más voluminosos. Como los ‘acais’ de la Virgen. Exactamente igual. 

Por la noche ya no buscábamos, sólo esperábamos. Y por las perpendiculares entraban los pasos como flechas hasta las cantoneras del alma. En San Pedro, la Amargura con su palio turquesa andando con el paladar al compás de la marcha de Font de Anta. Jerez es todo compás. Y la Encarnación que se venía sobre su patero derecho con ese susurro que es ‘Margot’ de Turina poniendo la cuadrilla un paso de palio ‘capital’ al servicio de la trascendencia. 

Habrá quien se haya quedado con las deficiencias en la organización, el caos de las sillas o el repartidor de Uber saltando por los palcos. Eso es escuchar lo de fuera. Pero a este humilde cronista, Jerez le llevó a pasear por los adarves más profundos del alma, a llevarse la ciudad con él al cielo de la boca. Otra vez más. Y además acabamos allí donde se tienen que acabar siempre todas las cosas. Como el toreo de Curro o de Paula que, en palabras de su hijo, es en realidad decir el toreo, y decir las cofradías es decir la Soledad en la Porvera, osea sentir el sentimiento, pero no como algo que se escucha por fuera, sino que se escucha emocionadamente por dentro.

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