La leyenda del tiempo

La escribió García Lorca y la cantó Camarón de la Isla: “El sueño va sobre el tiempo flotando como un velero”. Ayer, Martes Santo, esa letra se hizo realidad en el ámbito cofrade y el anhelo de los hermanos de la Clemencia llegó para volver a zarpar después de dieciocho años de travesía.

Un periplo en el que la corporación ha madurado por mor de un trabajo pertinaz que a las cuatro y veinticocho de la tarde vio la luz al calor de un barrio que se emocionó, como lo hicimos todos, al encontrarnos con el flamante paso de María Santísima de la Salud y Esperanza: Lágrimas a la salida, cuando Eduardo Biedma se acordaba de todos los que se habían quedado en el camino, escalofríos al contemplar la novedosa silueta renacentista en el horizonte del arrabal, aplausos cuando arribaba al Centro de Salud de la zona para de bendecir a los enfermos e infinidad de sensaciones en un once de abril mágico.

Una jornada precedida por unos preparativos según los cuales muchos miembros de la mayordomía se echaron a la calle casi sin dormir, puesto que las últimas piezas del palio llegaron a pocas horas de la salida.

No obstante, esto no fue impedimento para que la cofradía viviera un día grande, a sabiendas de que todos los ojos miraban a la dolorosa de Salvador Madroñal, a la que antecedía otro de los estrenos del día, la Agrupación Musical Santísimo Cristo de la Clemencia, cuyos sones arroparon el compás de una cuadrilla, la del misterio, que sentó cátedra costalera un año más; también con el acompañamiento de la Agrupación del Despojado de Jaén, que se incorporó poco antes del inicio de la carrera oficial.

Y en ese recorrido preceptivo entró en primer lugar la Hermandad de Humildad y Paciencia, que ya dejó entrever los primeros trabajos de talla de sus andas y que volvió a poner su granito de arena en la difícil empresa de dar lustre al prisma más sobrio de la Semana Mayor, que tan poco en boga está en la misma. Su itinerario de vuelta es una delicia y, por ende, quizás le haga más justicia La Luz de la noche que oscureció la plaza León XIII. Sin embargo, la de la Trinidad se debe a su “juventud” y, en consecuencia, a los primeros puestos de la nómina del Martes Santo.

Un día que comenzó con la visita de la Ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal – recién nombrada hermana honoraria-, que estuvo presente en el desfile y la posterior misa con los que ente militar ofrendó a los titulares de la Hermandad de la Defensión, enriquecida enormemente por el influjo de los alumnos de la Compañía de María y la impronta clásica de sus pasos, escoltados no sólo por representantes castrenses, sino por los ecos de la Centuria Romana de la Hermandad de la Macarena y el cuidado repertorio de la Soledad de Cantillana.

Y si hablamos de bandas arraigadas, no podemos olvidarnos de San Juan, que desgranó un sinfín de composiciones al “pasocristo” del Cautivo, que parecía caminar prendido de manera parsimoniosa por las calles de Jerez, mientras tras de sí se escenificaba el Calvario según nuestra tierra, sobrecogedora estampa rematada con una de las vírgenes más valiosas de cuantas procesionan en nuestra Semana Mayor, la de los Remedios. Aquí el contrapunto musical lo puso la Banda de Cornetas y Tambores de la Merced de Huelva, que acertó escogiendo piezas de Alberto Escámez para armonizar el discurrir de la corporación penitencial del Amor.

Y por último, desde San Mateo, la Hermandad del Desconsuelo volvió a abanderar la pureza del Martes Santo, la tradición hecha séquito de nazarenos rojinegros que, nuevamente, se multiplicaron al albur de la simbiosis entre el abolengo de su patrimonio artístico y el carácter alegre y rompedor de la cofradía en cada una de las correderas de un centro histórico que estaba, cómo no, abarrotado de público.

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