Historia de un capricho

JOSÉ M. RODRÍGUEZ |

Es frecuente en el mundillo cofrade que para tratar de justificar cualquier cambio estético en algún aspecto de la cofradía se recurra al argumento de que sea algo que se ha hecho así “de siempre” o “de toda la vida”. En muchas ocasiones simplemente se trata del gusto personal de tal o cual hermano mayor o mayordomo de turno y que, al carecerse de motivos litúrgicos se apele a una presunta tradición o incluso, como en el ejemplo que quiero exponerles, a una supuesta mejora estética. En ocasiones, el resultado de estos intentos de innovar suelen ser de corta duración sin embargo hay veces (cada vez más) que el efecto conseguido agrada de tal manera que se mantiene en el tiempo, llegando incluso a crear tendencia cofrade. Antes de entrar en materia quiero recomendarles también la lectura del artículo titulado: “La moda frente al rigor histórico y litúrgico”, de Juan Parejo, publicado en abril de 2014 en el Diario de Sevilla, muy relacionado con lo que quiero exponerles aquí y que pueden encontrar fácilmente en la red.

Es muy probable que a cualquier cofrade que se le pregunte por la opinión que le merece el conjunto que conforman la portentosa imagen del Señor del Gran Poder y su paso, responda, como es lógico, con palabras de alabanza. Muchos elogiaran detalles más concretos como la característica túnica lisa, los faroles o los respiraderos bordados, conformando todo ello una imagen icónica “de toda la vida”. Y es que, sin duda, se trata de todo un referente que ha marcado cánones estéticos durante el siglo pasado y lo sigue haciendo durante el actual. Sin embargo, hubo un “antes” de la actual concepción de este paso. Un “antes” que además duró mucho más tiempo que lo que lleva procesionando tal y como ahora lo conocemos. Y como demuestra el documento del que más adelante les voy a hablar, dicho cambio provocó todo tipo de discrepancias en el seno de la cofradía y de buena parte de los devotos.

En la Semana Santa de 1910, con la iniciativa del Cabildo de Oficiales, aconsejados por “personas de reconocida competencia canónica” (entre ellos el canónigo de la Catedral de Sevilla D. Juan Francisco Muñoz y Pabón) que plantearon la idea de que el Señor del Gran Poder procesionase con túnica lisa, culminaron una serie de reformas estéticas que afectaron notablemente a la visión del conjunto que conforman la imagen y el paso. Podría decirse que tal reforma se inició un par de años antes con la sustitución de los primitivos respiraderos en madera tallada y dorada por los actuales, bordados por Rodríguez Ojeda. Ese mismo año se estrenan los cuatro faroles, realizados en plata y dorados al año siguiente y que vendrían a sustituir a los candelabros de brazos que hasta entonces iluminaban el paso. Por cierto que tanto los antiguos respiraderos como los candelabros llegarían a ser adquiridos en 1957 por la jerezana Hermandad del Cristo del Amor, pasando previamente por ser propiedad de la Hermandad de la Soledad de San Buenaventura.

En resumen, que se pasa de ver al Señor, en la madrugada del Viernes Santo, vestido con túnica bordada sobre un paso con candelabros y respiraderos en madera tallada y dorada a la icónica imagen con túnica lisa sobre un paso con faroles y de respiradores bordados que en la actualidad conocemos y tenemos por habitual. Y es aquí donde entra en juego el documento antes citado. Hace ya algún tiempo, me topé con un pequeño libreto titulado: “La iconografía pasionista y las reformas del paso del Señor del Gran Poder en 1910: ligeras observaciones / por un cofrade que las dedica a su Hermandad”. Este documento digitalizado, de poco más de cincuenta páginas en tamaño cuartilla, publicado en el diario “La Andalucía moderna” en el año 1910, pertenece a la Biblioteca de la Universidad de Sevilla y se puede consultar fácilmente a través de la web de la Biblioteca virtual Miguel de Cervantes.


En dicha obra, el autor, hermano anónimo de la cofradía como advierte el propio título (aunque al leerlo parece intuirse de quién se trata), realiza una serie de consideraciones sobre la inconveniencia de las reformas antes citadas en el paso de Jesús del Gran Poder. Para ello da toda una serie de argumentos tanto de tipo litúrgicos como históricos con los que se podría estar o no de acuerdo pero a los que no parece que nadie en su día respondiera con la misma contundencia con que fueron formulados. No voy a extenderme demasiado en ellos pero animo a su lectura por la visión que ofrece sobre el momento y las circunstancias en que se gestaron los referidos cambios que han llegado hasta nuestros días.

En el escrito, el autor lamenta la tendencia que viene observando en los últimos años y que denomina como “naturalismo”. Un empeño por desproveer a las sagradas imágenes de los elementos que precisamente realzan este carácter para dotarlas de una apariencia más sencilla y humana. Como ejemplo, lamenta la decisión de que la Hermandad del Cachorro decidiera ese mismo año que su titular procesionase desprovisto de potencias. (Como observarán, no hay nada nuevo bajo el sol)

Respecto al resto del texto, ahondaré simplemente en el motivo principal de la publicación, surgida por la decisión de vestir al Gran Poder con una nueva túnica de color grana. Sobre ello comenta que no responde a ninguna razón de tipo histórica ni evangélica:

“Queda, pues, este punto completamente dilucidado, y el error de los que han adoptado la túnica roja para vestir a Jesús del Gran Poder no puede ser más patente, no debiéndose haber innovado nada en materia tan delicada, poniéndose en pugna con la tradición, la costumbre, la piedad y los Evangelios, sólo en busca de un efectismo de luz, muy en boga desgraciadamente en la época actual, en que el modernismo trata de invadirlo todo.”

Posteriormente realiza una relación de las túnicas que la cofradía encargó a lo largo de los años, desde 1620 a 1910, constando todas ellas como “de color tornasolado” o morado. En 1720 ya se encarga una con los elementos de la Pasión y dos parrillas, todo ello bordado en plata y en 1738 una bordada a realce. Poniendo de manifiesto la tradición de la Hermandad en cuanto a la riqueza de las vestiduras del Señor y de su invariable color morado.

Una de los capítulos más interesantes del escrito es aquel en el que transcribe el acta del “cabildo de Oficiales y Diputados, con asistencia de señores Nazarenos” celebrado el 20 de marzo de ese año 1910 en la Capilla que la Hermandad poseía en la Parroquia de San Lorenzo, donde la junta de gobierno decide la salida del Señor con la referida túnica roja con un único voto en contra. Se trata de D. Melitón Sobrino y García, el cual expone su disconformidad:

“El Sr. Sobrino, dice que insiste en su opinión, que existen otros hermanos que participan de su parecer, pero que no se atreven a manifestarlo; que la túnica es fea, y que caso de ser la túnica lisa no tendrían objeto ni las ricas potencia del Señor, ni los casquetes de oro de la Cruz, ni el mismo paso riquísimo de la Virgen; que él ha creído que a Dios se le debe ofrecer lo mejor, y que por eso la túnica debe ser rica y bordada.”

 

Por otro lado, el Hermano Conciliario, un tal Sr. Mejías interviene diciendo:

“[…] que cuantos fieles concurren en Cuaresma a rezarle al Señor expresan su opinión favorable a la túnica que luce, cosa que contrasta con el unánime decir de la gente, que refiriéndose a la túnica estrenada hace dos años por nuestro Cristo, decía que iba con falda bajera.”

A esta declaración el autor añade una nota al pie de página donde se pone de manifiesto el rechazo que tal cambio provocó entre el público en general que asistió a la procesión:

“La frase no parece la más oportuna por razón del lugar y por tratarse de tan veneranda imagen: mas ello es nada y compensado queda con cuanto dicho señor pudo oír y escucha acerca de la túnica roja en cuestión, durante las cuatro horas que duró la estación desde que saliera del templo hasta su regreso, de los labios de toda Sevilla, sin distinción de clases. […] A más, han de convencerse de una vez los partidarios de las túnicas lisas, no es ese el corte adecuado que ha de dársele, por cuanto no resultan a modo de túnica hebrea, por lo que esa túnica que se le pone al Señor en Cuaresma, ni es hebrea, ni pliega convenientemente, ni sería posible poder andar con ella y sí sólo se acomoda para vestirla interiormente, cuyo es el uso para que se la destinó por el que escribe esta nota.”

No me extenderé en más detalles, puesto que posteriormente hace referencia a la eliminación de la soga que la imagen llevaba anudada al cuello o al intento de redistribución de los cuatro ángeles que rodean la peana para ubicarlos en la tapa del canasto, entre otras cosas.

Como podrán comprobar, el documento no tiene desperdicio y pone de manifiesto como en ocasiones el gusto personal de uno o varios responsables de nuestras cofradías puede llegar a implantar, sin otro fundamento que la moda o la estética, toda una tendencia cofrade.

No cabe duda de que ver el paso del Señor del Gran Poder como procesiona en la actualidad desde hace 108 años resulta todo un portento, pero piensen que durante los 290 años anteriores no fue así e imagínenlo hoy en día como aparece en la imagen, con respiraderos, candelabros de talla y vistiendo una de sus espléndidas túnicas bordadas. Siendo esto último algo de lo cual se nos priva en la calle y que debemos esperar como cosa extraordinaria que sucede sólo en contadas ocasiones. Pero sobre todo piensen que, en buena medida, todo se debió al capricho de una Junta de Gobierno.

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