Lo verdaderamente extraordinario es no celebrar lo extraordinario, de ahí que nos hayamos vuelto tan poco extraordinarios como previsibles.
Los cofrades somos el mayor problema que tienen actualmente las hermandades. Nos encanta buscar por la ventana a los culpables de nuestras carencias, cuando tenemos el tejado apuntalado de las piedras que nos tiramos nosotros mismos.
Lo verdaderamente extraordinario sería que el personal no se sentara justo debajo de la señal “CRUCE PELIGROSO: PROHIBIDO SENTARTE CON SILLISTAS” comiendo pipas como si estuviera viendo una película de Clint Eastwood en el cine de verano del pueblo.
Lo verdaderamente extraordinario seria no llevar corbatas con la imagen de uno de tus titulares -en plan Prince en los 80- cuando las acompañas, ni tumbarte fumando cachimbas en plan futbolista retirado cuando esperas su salida.
Lo verdaderamente extraordinario sería que los bancos estuvieran llenos en misa de doce y los bares de enfrente de la iglesia vacíos a esa hora donde hay que estar donde hay que estar.
Lo extraordinario seria mirar más para arriba y menos para abajo cuando pasa por delante de nosotros el que manda de verdad…que nos encanta lo banal antes que lo celestial.
Lo extraordinario sería dar más las gracias y pedir menos cuando nos acercamos a ver a nuestros «Vecinos».
Lo extraordinario sería criticar menos el exorno floral de un besamanos y alabar más la bolsa de caridad que tanto bien hace por nuestro barrio; creer más y porfiar menos.
Los años hacen que, poco a poco, pases de puntilla por encima de lo extraordinario y te sientes a contemplar maravillado lo bonito que es ser un cofrade de esos que no se saben los nombres de las marchas, pero si los horarios de la parroquia.
¡VIVAN LOS COFRADES DE VERDAD CARAMBA!
