La moraleja

La opinión de Floren Iniesta

La Semana Santa y la Cuaresma de 2020 también tienen balance. Por más señas, y recapitulando, no digo que la totalidad de los cofrades mereciera este vacío de ceremonias y procesiones en el que nos hemos vistos inmersos, pero es indiscutible que se pueden sacar enseñanzas de esta coyuntura tan extraña.

En primer lugar, la caridad ha logrado anteponerse de manera mayoritaria a las vacuas noticias polémicas que aún tratan de alentar ciertos sectores carroñeros. Y es que quiero creer que la escala de valores de los que escriben, los que leen y los que toman parte, por suerte, ha cambiado a fin de que reluzca la acción social de las hermandades de Jerez, que si bien existía en gran medida, ha ido aumentando proporcionalmente desde la irrupción de la emergencia por el coronavirus para copar portadas y espacios en los medios de comunicación.

Por otro lado, muchos habrán lamentado la indolencia, la frivolidad o la nula espiritualidad con la que vivieron en años pasados esta encantadora manifestación de fe que es nuestra Semana Mayor y, en efecto, habrán echado de menos esos componentes de la misma que asimilaron, a la postre, con indiferencia.

Desgraciadamente y afortunadamente -ahí va ese galimatías-, ni siquiera este epílogo conllevará un frío análisis de lo experimentado sin pasión alguna, con números, ruido, controversias bañadas en ego y obsoletos resúmenes con un calado nada profundo y triste. No en balde, de la ausencia y la intimidad que nos ha deparado la pandemia, únicamente nos queda una lección.

Y si en este punto del artículo no sabes de qué hablo, si piensas que en 349 días te vas a echar a las calles nuevamente con una molesta e insulsa verborrea, con pasotismo, la sensación de estar por obligación o la falta de entusiasmo, te doy un humilde consejo: En 2021, vuelve a quedarte en casa.

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