La Semana Santa de los amigos

La amistad es un preciado tesoro que no se entrega a cualquiera, pero diluiré un poco el concepto para acordarme con cariño de mucha gente

Un par de estampitas. Un simple detalle que significa más de lo imaginable. Así es. Un trocito de papel, de fotografía a veces (claramente en desuso en esta sociedad de lo digital), pero que esconde tantas cosas. A veces no caemos en la cuenta de que ahí van más sentimientos de lo que creemos. Sólo vemos unos ojos tras un antifaz, pero sabemos perfectamente quiénes son.

Otras veces es a cara descubierta, con molía bajo el brazo o costal sobre las sienes. Pero está ahí. Ese detalle que tienen las cofradías de capa, de barrio, alegres… como lo deseen llamar. Las de negro son otro cantar, aunque en la calle Medina sea lugar oficial de reparto, cada Domingo de Ramos, de casi media docena de estampitas. Y es que esta Semana Santa ha sido la de los amigos.

Y aunque la amistad es un preciado tesoro que no se entrega a cualquiera, diluiré un poco el concepto para que llegue a cuantos nos aprecian, se alegran de vernos, nos dan un abrazo y nos desean disfrute, salud y alegría. Me ha llenado de inmensa felicidad ver a muchos que, aunque la amistad tiene muchos grados y no nos llamamos para contarnos nuestras cosas del día a día, han disfrutado como un niño en el pavero de la Borriquita.

Y se me vienen a la cabeza muchos nombres. El primero, un tío que me saca ya una cabeza, que hace no mucho venía conmigo a ver pasos y ahora se va con sus amigos. Síntoma de que me hago más mayor de lo que me creo.

Me vienen a la memoria aquellos que han vuelto a ser nazarenos. Uno como fiscal de palio, otro como anónimo de la Madrugá y algún otro que dejó las trabajaderas hace tiempo para revestirse de penitente en su hermandad de siempre. Pero también del que sólo falta que saque los pasos de peatones y que el Miércoles Santo repite promesa familiar en La Granja. O del que continúa la saga junto a su hermano bajo el olivo del Prendimiento o el que descubrió a la Estrella y se ha enamorado de su hechura. También del que acaba de crear su familia y que desde marzo duerme regular. Probablemente haya tenido relevos complicados el Martes Santo por quedarse en casa con la ilusión de la familia. La vida no es la que era y, si es verdad lo que cuentan, te ha cambiado a mejor para siempre. A su vez me acuerdo de aquel apátrida que volverá por sus fueros.

También otros que dejaron la trabajadera para ponerse delante de su Señor y que, tras dos años esperando, han batido su propio récord de metros cuando llegaron a la calle Honda. Y me detengo aquí, porque un desafortunado episodio le puso en boca de muchos, pero el trabajo realizado habla por él: el mejor misterio andando de frente, probablemente, en nuestra Semana Santa.

Me acuerdo también de un otrora cascarrabias que se alegró mucho de verme (fue mutuo) en la Catedral aunque fuese en medio de la incertidumbre.

Tampoco puedo olvidarme del que saca lo que le echen mientras sea con amigos, que sacó su túnica de Lunes Santo y no pudo hacer estación de penitencia, pero que el Jueves Santo puso en Icovesa sus ganas y las de su familia con su Señor en la molía. También me acuerdo de uno que me preguntó todos los días mi plan para ver cofradías y no nos vimos nunca. Todavía estará ‘bardao‘, como si lo viese.

Mención aparte a quien la vida le dio un duro golpe el pasado año y que en San Benito no pasó un segundo sin acordarse de su mejor amigo. A ti, Salud y Esperanza.

Y a otro hombre que me demostró que aparte de ser un hombre de palabra, tiene más corazón que pelazo, que lo tiene, y es fruto de mi envidia. Que me abrió las puertas de su casa, me ofreció su balcón mientras bajaba a toda prisa para ponerse al Cristo en el hombro, que se acordó de mi abuelo Perico y me ofreció un tiento bajo el paso de Lutgardo Pinto. Un infortunio lo impidió, pero mi Semana Santa acabó ahí, en lo más alto. No sé cómo, pero devolverte el detalle será casi imposible.

Me dejo muchos, aunque los que están seguro que se ven reflejados. Estas letras no son más que mías, pero imagino que cualquiera tendrá sus propias parrafadas con sus nombres ocultos. De eso ha tratado la Semana Santa del reencuentro. Creo que Dios nos puso un reto hace poco más de dos años y a la vuelta de la travesía por el desierto hemos decidido que la adversidad nos acercaría a nuestra gente. Qué más da lo que nos diferencie. Lo que nos ha acercado, lo que nos ha unido (en el espacio y en el tiempo), es la Semana Santa de Jerez.

Tengo la cartera a reventar de estampitas. Alguien tenía razón.

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