Me siento hoy como Mariano José de Larra: “Escribir en Madrid es llorar, es buscar voz sin encontrarla, como en una pesadilla abrumadora y violenta”. Hoy no parece hoy. Se parece más a un domingo cualquiera, no hay ‘nada’ de especial. Sí, la misa de palmas, a la que he ido esta mañana. A Jesús de Medinaceli, por cierto. Pero más allá de eso, volveremos a casa y la impaciencia no existirá.
El atropello al alma es de proporciones inimaginables estos días. La pandemia ha conseguido algo que jamás imaginé: aislarme de las cofradías. Sí, como leen. Entro cada mañana en Jerez Cofrade y no retengo la información que escriben mis compañeros. Palabrita. Para muestra, un botón: he tenido que mirar en repetidas ocasiones cuándo caía el Domingo de Ramos. Es como si mi cabeza no quisiera retener algo que, hoy, sí parece recordar con una nitidez inimaginable y dolorosa.
Toda la vida deseando que los días pasionales duraran eternamente y, ahora, se me hacen un mundo. Estos días eternos pasarán. Vendrán otros mejores. Porque contradiciendo a Gardel, me temo que no voy a tener miedo del encuentro con el pasado que volverá a enfrentarse con mi vida.