Fin de fiesta en Santiago. Pasaban nueve minutos de las dos de la madrugada del tercer domingo de octubre y la Hermandad del Prendimiento regresaba a la Iglesia Parroquial de Santiago tras una jornada con tintes más romeros -en algunas formas- que cofrades. Incluso hubo momentos con cierto aroma a “coronación canónica popular”, sobre todo en una calle Merced engalanada con las colgaduras cedidas por la Hermandad de la Amargura de Sevilla y donde no faltó, frente a la Basílica que cobija a la Patrona de Jerez, la interpretación de la marcha “Encarnación Coronada” al paso de María Santísima del Desamparo. El fervor popular se desató cuando los músicos y la mayoría de las personas que se congregaban en ese enclave entonaron el Ave María inmerso en la composición de Abel Moreno. Algunos bautizaron dicho instante como el movimiento del 15-O. Populismo cofrade en estado puro.
Y es que la Hermandad del Miércoles Santo recorrió cada rincón de su itinerario como si de un “Lunes de Pentecostés a la jerezana” se tratara. Hubo cante, palmas y baile, saetas, plegarias, “petalás” y un sinfín de detalles -hasta la Soledad salió a la calle- que contaron con el permiso de la autoridad eclesiástica, sentando una peligrosa jurisprudencia cofrade. ¿Quién le pone ahora el cascabel al gato?
Un traslado con todos los ingredientes que ustedes puedan imaginar. Hubo cosas buenas, muy buenas. Y también las hubo -esas no suelen contarse- menos buenas. Y sobre estas últimas hago un apunte que me dejó algo perplejo al comprobar que los cortejos que debían preceder a los pasos eran casi inexistentes. La grandeza de las procesiones no solo la dan los pasos. Las personas que forman los cortejos también las engrandecen.
Pero, a estas alturas, no voy a seguir lanzando preguntas. Lo que si voy a dar por seguro es el positivo análisis del impacto socio-económico que el “traslado-procesión extraordinaria” del sábado nos querrán vender desde algunas instituciones. Seguramente nos dirán que el PIB de Santiago subirá en este ejercicio. Tendremos que preguntar al churrero ambulante de la calle Ancha. Al final, como casi siempre ocurre, todo lo arregla el dinero.