Cuatro años

Lunes, que pena que no sea “Santo“. Lunes Santo quiero decir, pero bueno, tampoco lo vamos a menospreciar tan solo por los apellidos, hoy es un lunes “normal” y yo con eso ya me conformo. Pues al lío…

Déjame que te cuente otra de esas pamplinas que me buscan y siempre me encuentran. Te pongo en situación. Andaba yo paseando por mi pueblo con la mente puesta en si debía o no darle otro repasito de plancha a la túnica (al final siempre se la doy, al menos dos por semana) cuando escucho a un niño decir “Papá yo tengo cuatro años, ya soy mayor”… y me hizo pensar.

Los niños siempre nos recuerdan lo felices que podemos llegar a ser tan solo con lo que nos rodea, sin complicarnos, sin que nos compliquen.

(Ahora te voy a pedir un favor: imagínate que vuelves a tener cuatro años, exacto, vuelves a esa edad donde todo se recuerda con una sonrisa).

Cuatro años, la edad donde piensas que tu padre y tu madre lo son todo, son tu “alfa y omega”. Los monstruos desaparecen con el simple gesto de que tu madre encienda la luz del dormitorio y los fantasmas saben que si tu padre está cerca no tienen nada que hacer, que para eso tu padre es el mejor asustando a los fantasmas de debajo de la cama… aunque luego nunca se acuerde de tu número de pie.

Con esa edad eras un perfecto maestro haciendo que los Himan formaran tramos de nazarenos y sabías que el mejor paso de misterio era el camión de bomberos, que hasta los playmobil tenían la mano puesta para que le pusieras las velas del cumpleaños como si llevaran un cirio.

Si mamá te pinta una uña de rosa serás guapa para la eternidad… de los grandes misterios de tener cuatro años.

¿Y tus compañeros del colegio? Lo serán para siempre, que no hay mejor máquina del tiempo que ir por la calle y que alguien te llame por tu apellido. Para ellos no existen los másters, ni los galones, ni las gerencias. Para tus compañeros de colegio serás para siempre Aguilar, o Núñez, o Delgado, o Sánchez… sin más.

Con esa edad los olores no se huelen, con esa edad los olores se tatuan en tu cabeza, como el olor a incienso de un besapiés cuando vas de la mano de tu padre, o la colonia de tu madre cuando te peina para salir de monaguillo, o esas malditas lentejas de los martes que las sigues oliendo y sigues volviendo a decir que no con la cabeza a sabiendas que al final te comerás el plato… que si no luego te quedas sin ver Espinete.

Cierra los ojos. Piensa en como era tu calle, en verdad aún sigue así, como cuando tenías cuatro años. Da igual que hayan pasado décadas, tus vecinos siguen siendo tus vecinos estén donde estén y ese perro negro de la casa de enfrente te seguirá ladrando tengas la edad que tengas… y seguirás creyendo que por la esquina va a girar esa vieja que siempre te decía: “Niño, como me dé la pelota te la pincho”

Tener cuatro años. Cuando un beso era algo más que un simple gesto, un beso era un contrato de tranquilidady que tus padres te dieran la mano era la “compañia de seguros”  más fiable que existía… y la única.

¡ABRE LOS OJOS! En verdad nunca dejamos de tener cuatro años. Caen los almanaques y sigues siendo el rey si tu padre te acompaña a un besapiés o la reina si tu madre te coge una trenza. Cuatro años que seguimos cumpliendo cada vez que nos mira el niño que fuimos y nos dice “Yo quiero ser mayor”… sin saber que nosotros nos vemos reflejados en sus ojos y pensamos “Y yo que cumplas eternamente cuatro años”.

FELIZ LUNES. FELIZ SEMANA. FELIZ PRECUARESMA

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