¿Nunca se ha preguntado el lector quién era el barquero de “las verdades del barquero”? Unos dicen que se trata del tosco, descuidado y maquiavélico personaje de la mitología griega clásica, Caronte, que por el precio de una moneda, porteaba el alma de los difuntos de un extremo al otro de la laguna Estigia (o el río Aqueronte). También se hace referencia a un barquero del río Tormes, que no cobró nada a un universitario de Salamanca por decirle éste tres verdades fundamentales al final de la travesía. Otros aluden al barquero que atravesaba el cañón del río Tajo, en cuyo caso las verdades aludían a acciones que preservarían, o no, la seguridad del pasajero durante la travesía.
Si en estos días un elocuente y amigable barquero del Guadalete (de aquel gremio implicado en la fundación de la hermandad del Cristo) entablara conversación con un cofrade jerezano en su viaje río arriba, seguramente acabarían hablando del magnífico cartel de la Semana Santa de Jerez de este año…
¿Falta alguien por dar su opinión sobre el cartel en las autodenominadas ‘erre-erre-ese-ese’? No había pasado ni media hora tras la finalización del acto oficial de presentación de dicha obra el pasado viernes, cuando al abrir Facebook, si no me encontré la friolera de veinte estados, no me encontré ninguno (fotografía incluida), con el correspondiente comentario de rigor sobre la pintura, algunos sentando su cátedra particular. ¿Por qué?, me pregunto, e incluso podría preguntárselo el lector, ¿por qué esa necesidad imperiosa del cofrade jerezano de haber dicho, haber estado, haber comentado, sentar cátedra en definitiva? ¿Por qué esa necesidad de…? ¿Tan importante es para los cofrades que todo el mundo sepa nuestra opinión sobre todo lo que acontece en el ámbito de las cofradías?
Quizás habría que darle la vuelta a la expresión, y más que necesidad de, ¿no sería de necesidad que antes de sentar cátedra reflexionáramos sobre la finalidad de sentarla, o simplemente sobre qué tipo de cátedra sentamos la opinión? Más que nada porque hasta ahora, que el lector y yo sepamos, ninguna universidad imparte el Grado de Capillismo que por ende, a su finalización, nos permita tras su tesis doctoral correspondiente, ser un Catedrático Capillita (en este caso, un tema apropiado sería, por ejemplo, “El cartel de la Semana Santa de Jerez en tiempos de la II República y su evolución hasta nuestros días”).
Esta necesidad de opinar-que te lean, es extrapolable de las redes sociales, a la sociedad del siglo XXI que nos ha tocado vivir, pues atañe a todos los campos que, en particular, engloba nuestra Semana Santa. Dios me libre de sugerirle al lector cómo de bien o mal anda vestida tal o cual Imagen, cómo va trabajando de bien o mal la cuadrilla del misterio tal, o si el ensayo de tal o cual palio salió así de dulce o de amargo, pues a fin de cuentas ni soy un experto, ni es mi pretensión, ni me resulta lo más importante del asunto. Será, querido lector, que llega un momento en que basta con poder rezar un simple Padre Nuestro o un gozoso Ave María mirando a los ojos a Dios y su Madre, sin que nadie más se entere, mientras caminan sobre los pies hacia nosotros (a ser posible con una buena marcha de fondo).
En cualquier caso, lo más curioso del barquero de las verdades, ya fuera de Tormes, del Tajo o el mismísimo Caronte, es que, por alguna extraña razón, el tiempo haría que no se recordara su nombre ni quién fue, solo su mensaje, sus verdades. Tal vez el porqué estriba en que el barquero, en el fondo, sabía que no era imprescindible.