La Cuaresma…

Llegó el tiempo en el que la espera es más intensa pero más llevadera, el tiempo en el que todo vuelve a empezar.

Déjame que te cuente una pamplina que me pasó hace unos días. Andaba merodeando un plan genial para pedirme una dosis de “solución liquida para todos los problemas”, exacto, una copita de amontillado cuando escucho decir:

Joselito, los naranjos de mi calle ya no quieren esperar más”

Ole ahí, “los naranjos ya no quieren esperar más”, además de verdad. Llegó ese periodo de tiempo en el que todo empieza a apuntar hacía el mismo sitio: la luz.

La Cuaresma no es más que una cuenta atrás hacía delante, una especie de huida con pies de plomo que nos hace querer quemar los días pero sin que pasen del todo.

El tiempo en el que los naranjos no tienen porque disimular más y se abren para que volvamos a viajar en el tiempo y oler el mismo azahar que llevamos oliendo toda la vida.

El azahar de ese naranjo que arrancaron de tu barrio y que lleva echando raíces en tu memoria toda la vida. Ese mismo que te servía de portería para disfrutar del juego más hermoso que hay: la calle.

Empieza la cuaresma y más de uno empieza a deprimirse porque va viendo que esto se acaba. Sí, sí, esto empieza a acabarse agónicamente desde el primer día de esta cuarentena cuaresmática. Un cofrade sin añoranza ni es cofrade ni es nada.

Las calles empiezan a llenarse de luz, los ojos de luz, la espera de luz, los altillos de los armarios de luz…la luz empieza a sacudir la oscuridad de la espera para encender los incensarios y que todo vuelva a perfumarse de realidad.

¡SONRIE! La espera vuelve a subrayar esa felicidad que empezará a llenar nuestro día a día en esta cuenta atrás hacía delante que es la Cuaresma…para terminar acabando abrazados a la primera Cruz de Guía.

¡VIVA LA CUARESMA CARAMBA!

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