No es el acto en sí de quemar incienso, es el acto de volver a sentirnos eternos niños en el pasillo de nuestra casa.
Déjame que te cuente una pamplina cuaresmática que me pasó ayer mismo. Andaba yo escoltado por sangre de mi sangre mientras paseábamos camino de algún resquicio del cielo en la tierra cuando me suelta un “Joselito aquí no huele a incienso”.
Amén de los amenes. No olía a incienso y con eso bastaba, el alma quería encontrar ese olor y allí no estaba.
El incienso es al cofrade lo mismo que el levante al surfista o el albero al feriante; imprescindibles. Si no existiera el incienso no tendríamos la mitad de los recuerdos que tenemos tatuados en nuestra mente.
La chaqueta de tu padre después del Quinario, ahí radica el secreto de la Cuaresma. Ese olor a incienso es exactamente el mismo que tenía el pasillo de tu casa cuando no tenías apenas edad ni para salir de monaguillo.
Siempre las madres. Ellas ponían en el fuego de la cocina la pastilla de carbón hasta que salía de ellas la lluvia de estrellas más bellas que pudieras ver. Esos destellos rojos que señalaban que había llegado ese bendito momento que esperaste todo el año.
Por cierto señores no os pongáis las mismas chaquetas para ir al Quinario que para ir a la cena del «pescao» en la feria, que más de uno se está tomando una jarra de rebujito y parece que le fueran a salir del ojal de la chaqueta los acolitos de Santa Marta.
¡SONRÍE! Quemar incienso es viajar hasta esa edad donde tener una bola de cera te hacía la persona más afortunada del mundo…y es que, querido amigo, no hay mayor felicidad que saber que todo está por llegar.
¡VIVA EL OLOR A INCIENSO DE LAS CHAQUETAS DE QUINARIO!