No hay que ensayar absolutamente nada cuando el amor es verdadero.
Déjame que te cuente una pamplina “cuaresmática“ que me pasó hace dos días mientras discutía si el vino fue antes que el agua o al revés.
Pues eso, que estando en una conversación profunda me suelta mi contrincante un lapidario:
“Eso de ensayar está sobrevalorado”
Bien ahí. Llevamos varios años dándole demasiada importancia a eso de ensayar. Ensayos que parecen funciones teatrales…y todos sabemos que en la Semana Santa la improvisación enamora más que diálogos aprendidos a base de copiar.
Los nazarenos no necesitan ensayar para bordar con oro fino su estación de penitencia, los monaguillos llevan en su ADN la naturalidad de la seriedad sonriendo…y el incienso no necesita que le enseñen a callejear para llegar hasta acariciar tus sentidos.
Ensayos, ensayos y más ensayos que en algunos casos se llegan a puntuar, ¿puntuar? “Engayaome”, la fe no se ensaya y menos se puntúa, la fe se vive o no se vive, la fe está o se busca, pero no se ensaya.
Jamás le tuvieron que decir a una abuela como se mira a su Vecino, jamás le tuvieron que enseñar a un balcón como poner en flor esas macetas para ver pasar a su Vecina.
Bendita improvisación de la vida. Equivocaciones que son la esencia de nuestra naturalidad sureña. Llevo equivocándome toda mi vida y no pasa nada…eso sí, jamás pedí una sin alcohol.
¡SONRÍE! Sobran ensayos y faltan improvisaciones en la Semana Santa. Faltan verdades y sobran copias…y es que querido amigo en la confianza de nuestra fe está el éxito de no equivocarnos.
¡VIVA LA IMPROVISACIÓN CARAMBA!