Hay un momento en la vida que te toca repartir caramelos, luego llevar varita, más tarde cirio, con el paso de los años vuelves a coger vara, terminas acariciando una manigueta y finalmente acabas viendo desde un balcón como tu nieto lleva puesta la medalla que llevaba toda la vida colgada del cabecero de tu cama.
Las especies evolucionan para no desaparecer, las personas desaparecemos para no adaptarnos a la evolución que nos obliga a adaptarnos a lo que la vida nos da en cada momento.
Si la vida te da kilómetros de por medio, o te adaptas o te mueres asfixiado antes de llegar a comprender que el secreto hubiera sido mirar más para delante y menos por el retrovisor.
Nos adaptamos mal, muy mal a las necesidades que nos rodean. Nos quejamos bien, muy bien; cuando nos toca dar caramelos estamos deseando llevar cirio en el último tramo y cuando nos toca llevar manigueta anhelamos el bullicio y el dulzor de ir repartiendo sonrisas mientras nuestra madre nos vigila.
Los cofrades bordamos con hilo de oro fino eso de no saber adaptarnos: En Cuaresma si llueve queremos sol, si hace sol queremos una nubecita de vez en cuando que alivie el calor…y si hace frío que la nubecita se meta dentro de nuestro bolsillo para poder ponernos el traje de chaqueta más fino.
Queremos lo de ayer hoy y lo de mañana ayer. Puros inconformistas.
Deberíamos de coger más esa llamada que sabemos que nos llevará tiempo atenderla, deberíamos saber que lo de ayer era para ayer, lo de hoy es para hoy y lo de mañana no existe.
Póngame una ración de querer para hoy lo que me toca hoy, que la vida para los que se saben adaptar siempre huele a Palio de vuelta con los claveles recién puestos…
¡VIVAN LOS QUE SE ADAPTAN A LA VIDA QUE LES TOCA VIVIR!