La mesa de los niños

La mesa donde miran los abuelos con el anhelo de volver a sentarse en ella, esa mesa donde las sillas tienen la misma altura que la ilusión.

​ No, no me ponga usted en la mesa de los mayores, no, póngame en la mesa donde los Reyes Magos se mesan la barba de la inocencia para repartir ilusiones en forma de ir descumpliendo años.

​Las gambas se transforman en medias lunas de fuagrás, el jamón en pinceladas de huevos rellenos y los vasos solo se llenan en una especie de Tang tropical que endulza los recuerdos.

​Mi sitio es ese; el de la mesa de los niños. Esa mesa donde los comensales son siempre primos y no hay mayor ley que la que dicta el primo mayor.

​La vida es lo que tarda el tiempo en trasportarte de la mesa de los niños a la mesa de los mayores…ese es el principio de empezar a remar la barca que nos lleva a la orilla.

​Mesas que siempre están con ese alboroto de la silla medio ocupada, no se han sentado cuando ya se están yendo. Esa mesa donde la impaciencia es el plato principal.

​A mí ponme en la mesa de los niños. A mí ponme en la mesa donde se come antes de empezar a comer y donde se celebra hasta la caída de un vaso con agua, esa mesa donde los cojines son tan importantes como la vergüenza que está por llegar.

​Ponme en esa mesa por favor, esa mesa sin banderas ni política, esa mesa sin nóminas ni pagas prorrateadas, esa mesa donde no hay mayor gloria que ser el primero en darse cuenta si hay o no turrón de chocolate.

​La Navidad llena esas sillas vacías con sillas medio ocupadas…querido amigo, la Navidad es sentirse en un eterno estado de querer sentarse en la mesa de los niños.


¡VIVAN LA MESA DE LOS NIÑOS CARAMBA!

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