Los “tocapelotas”

Luis Cruz de Sola

Todos sabemos lo que son, y quiénes son: Personas que llegan a nuestra vida, se sienten con cierto poder que acrecienta su siempre enorme soberbia, y se dedican a fastidiar con simplezas y a cabrear al personal con razones casi pueriles y, siempre, con el objetivo de aniquilar a quien no le gusta o lo que no le gusta y con fines no claros. No entran en profundidades aunque su objetivo es profundo, utilizan con habilidad las dobleces del vocabulario y las razones que esgrimen, son altivos y se sienten orgullosos de quiénes son y lo que son, se rodean de camarillas pequeñas pero sumisas, son flojos pero siempre están donde aparentan un esfuerzo sobre humano, tienen la destreza de sobrevivir a lo que todos saben que él es, pero sus continuas palabras de halagos, de supuestas sumisiones a quienes está cabreando hasta límites insospechados, tapan sus artificios de, casi, fariseísmo.

En las hermandades no nos libramos de ellos: Llega un día, que Dios sabrá por qué y para qué, te encuentras con alguien que se atribuye un poder casi omnímodo, y para dejar claro que aquello es “suyo y solo suyo” y crear su propio reino de taifas, comienza a fastidiar por fastidiar con argumentos casi tontos que solo se sostienen si sabes, como todos sabemos, que detrás hay razones bien sustentadas pero que no te dirán nunca. Y desde ese poder otorgado, y que el “tocapelotas” sobredimensiona, empieza el “puteo”: Esto no, eso lo cambiamos a otro sitio, aquello lo dejamos donde está aunque estorbe, lo otro es mío y solo mío, solo vale el que esté a mi lado y el que no que se vaya, aquí no entra nadie, ahora te mando un adlátere para que haga lo que él debía hacer, etc.

Eso sí, tras el ninguneo, escuchas palabras maravillosas sobre aquello o aquellos a los que has maltratado y, a veces, hasta vejado, con una habilidad que demuestra su peligrosa inteligencia. Y los que escuchan saben la falsedad de estas palabras, recuerdan que todos tenemos historia, incluido el tocapelotas, y piden con bondad al Señor que se las haga olvidar y no caigan en la tentación de romper la censura que se han impuesto.

Y tanto tragar, tanto aguantar, tanto someterse, provoca enfados, alejamientos, huidas, discusiones y hasta disensiones entre los que no soportan más y los que dicen que solo son “niñadas” provocadas por la soberbia, y que hay que aguantar como sea para intentar sobrevivir. Y ahí empieza la victoria del tocapelotas, dividiendo a la gente en grupúsculos, generando malestares, provocando que muchos piensen que está afectando a lo fundamental y no a lo aleatorio, haciendo que algunos empiecen a marcharse a otros lugares con tal de no soportar tanto despotismo. Porque, en definitiva, lo que busca el “tocapelotas” es la sumisión, cuando no la aniquilación, para conseguir esos fines ocultos que nunca revelará.

No, en las hermandades no nos libramos de ellos, ni, me supongo, nos libraremos jamás mientras no tengamos más remedio que admitirlos y soportarlos porque, ¿a quién o a dónde vamos a acudir para pedir, por favor, que cese tanto estropicio, que acabe tanta vulgaridad, si por lo que estamos tragando solo son “niñadas de segunda división”?

Pero tranquilos, los “tocapelotas” pasan y se van y las hermandades continúan sí, claro, no caemos en la trampa de la desunión, del abandono, de la frustración. El “tocapelotas” gana batallas, mejor batallitas, casi todos los días. Las hermandades ganamos victorias definitivas. Las llevamos ganando quinientos años, y solo esperando con paciencia a que Dios se apiade, una vez más, de estas asociaciones que son y se sienten Iglesia por encima de todo y de todos, y pese a que, desgraciadamente, para muchos solo sean un estorbo incómodo al que hay que someter o eliminar.

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