Que se cesa a un capataz a las bravas y sin pensarlo excesivamente… escándalo. Que se aprueba una carrera oficial manipulada, sin consenso aunque con mayoría, fastidiando a algunas hermandades… escándalo. Que se permite, saltándose un acuerdo de pleno, que una hermandad lleve una banda en la cruz de guía por una supuesta tradición… escándalo. Que se forma el lío padre, hay divisiones, disputas y hasta enfrentamientos porque se tapan los graves problemas internos con el cese de un capataz y un vestidor… escándalo. Y podríamos seguir.
¿Pero qué es lo que nos pasa? ¿Se ha perdido el poco sentido común que nos quedaba? ¿Destilamos tanto egoísmo como para anteponer los deseos personales a las necesidades de nuestras propias hermandades? ¿Tememos perder el pequeñito poder que tenemos en nuestros diminutos reinos de taifas? (me río yo de este supuesto poder) ¿Tan importante son estos problemas para dejarnos obcecados y ciegos ante el daño global que hacemos? ¿Cómo es posible que demos tanta carnaza a la sociedad, a los cobardes que escriben tras seudónimos, a los que tanto odian a nuestra Iglesia y nuestras hermandades?
Por supuesto habrá quien salga diciendo que las hermandades son entes vivos, con enorme vitalidad, reflejo de la sociedad que vivimos, etc., para justificar tanto problema insulso cuando, en realidad, estamos escondiendo tras esta falsa fachada los muchos, y graves, problemas que tenemos que afrontar y solucionar. ¿No es un problema grave que nuestra casa grande, la Unión de Hermandades, viva en la desilusión y el ataque permanente, con escasas iniciativas, con un apoyo ficticio de los hermanos mayores que dan golpecitos en la espalda al presidente para poner a caldo a los consejeros cuando dan la vuelta a la esquina, tristemente desunida y dando una imagen penosa ante todo y todos?
¿No es especialmente grave que a estas alturas aún no se tenga clara la línea que diferencia los cometidos y responsabilidades de la delegación diocesana de hermandades y cofradías con los de la unión de hermandades? Y no me diga nadie que la línea es diáfana, porque los propios cofrades utilizan a la delegación diocesana y hasta al Sr. Obispo cuando les conviene, obviando acuerdos de pleno, consensos generales, o lo que fuera, para suplicar que se tenga en cuenta “su especial idiosincrasia”, las “necesidades particulares”, u otras zarandajas, y consiguiendo decisiones finales que se pasan por debajo del forro hasta los acuerdos del, se supone, máximo organismo de representación cofrade: el pleno de la unión de hermandades.
¿No es aún más grave que haya hermandades sin directores espirituales reales que sepan cuál es su cometido, hasta dónde llegan sus responsabilidades, respeten a las hermandades, las quieran y las ayuden, trabajen con ellas, las animen e ilusionen, y no las machaquen con imbecilidades, caprichos y hasta arbitrariedades, sabiendo que cualquier acción que realicemos o cualquier apoyo que solicitemos solo va a generar otro escándalo que puede hasta terminar con humillaciones personales?
¿No es penoso y duro que nos perdamos continuamente en procesioncitas, discusiones sobre bandas, número de cirios de un altar, elecciones de capataces, y otros asuntos menores, escondiendo la realidad del desconocimiento de lo que es y debe ser una Hermandad, con mayúsculas, de la importancia que deben tener quienes la componen, de la responsabilidad de pertenencia que asumimos, y hasta sobre la falta de fe de algunos, o muchos, de nuestros hermanos?
Y podríamos seguir y seguir planteando problemas graves y reales a los que no se hacen frente porque nos perdemos por recovecos que no llevan más lejos de salir en una foto en un medio de comunicación o a que nos den abrazos, con beso por supuesto y a la moda costalera imperante, por la “decisión” tomada.
Y esta realidad es aún más dolorosa para quienes vivimos con pasión, cariño y entrega, en este rinconcito de nuestra Iglesia que son las hermandades y observamos, con desesperación, que se nos va la vida en pamplinas sin afrontar los problemas reales, y que nadie, y aquí tendría que estar la Unión de Hermandades, también con mayúsculas, da un paso adelante para, siquiera, plantear los muchos problemas que tenemos y de los que, tristemente, ni siquiera nos damos cuenta.