Casi todos fueron escritos en los meses de verano cuando la Cuaresma se ve aún muy lejana y los recuerdos cofrades se unen a los buenos propósitos, siempre incumplidos, de las grandes tertulias de playa y cerveza. “El año que viene haremos…”, “vamos a hacerle a la Virgen…”, “yo voy a hablar con…”.
La idea era publicar los artículos los domingos a partir de finales de octubre y hasta, justo, el previo al Miércoles de Ceniza, cuando la información cofrade debe tomar los derroteros de la expectación y las vivencias personales. Pero ya se sabe que el hombre dispone y es Dios, en su grandeza y sabiduría, quien decide finalmente. Y así, y por problemas personales, los artículos, al final, se han publicado todos en Cuaresma.
Y en una Cuaresma que ha sido, además, insólita e impensable, sin salidas de casa, lejana a nuestros templos, de Misas en televisión, de rezos, muchos rezos, en privado, de miedos y peticiones, oliendo a azahar desde nuestros balcones, de vídeos de procesiones antiguas, y sobre todo de charlas telefónicas que se centraban en preguntar por los hijos, por los padres, por la familia, por los amigos, por lo importante, en definitiva.
Si al publicar algo uno pretende que alguien lo lea, no ha sido esta la mejor época para escribir hablando de problemas, necesidades, mejoras obligadas, virtudes o sinsabores de quienes nos sentimos cofrades y amamos a nuestra Iglesia a través de las hermandades. Qué le vamos a hacer, otra vez será, si Dios así lo quiere.
Y en esta despedida quiero ser justo y agradecer a Cofrademanía y a mi amigo Andrés Cañadas, a Jerez Cofrade y a otros medios, que hayan seguido publicando unos artículos que no tenían nada que hacer frente a las noticias del Covid-19, del número de fallecidos, de la falta de material que ponía y aún pone en riesgo a quienes se enfrentan a lo desconocido, a la falta de camas hospitalarias, o al valor de hermanos nuestros que están partiéndose la cara y algunos hasta jugándose la vida para ayudar a enfermos, a personas en soledad, consiguiendo alimentos para quienes poco o nada tienen, fabricando mascarillas, batas o lo que sea, y un sinfín de hechos y actuaciones casi heroicas.
En el ordenador quedan para otros tiempos, si Dios me da salud, otros muchos artículos empezados y hasta con títulos: “mala gente”, “Ayuntamiento y hermandades”, “¿parque temático?”, “costalería”, “ejemplos”, “los dineros de las hermandades”, “Él no es Jesucristo”, “el patrimonio mantenido por las hermandades”, “Unión de Hermandades: retos”, “los desagradecimientos de las hermandades”, “viernes de dolores”, “barrios sin hermandades”, y un largo etcétera porque este pequeño universo nuestro da para mucho, para muchísimo. También en el ordenador queda la transcripción literal de la entrevista que Andrés Cañadas y Álvaro Ojeda hicieron en su día a nuestro Obispo. La lectura sosegada de lo que dijo y hasta de cómo lo dijo, daría para otro montón de artículos. Y no hago más comentarios.
Y como la vida sigue, podríamos seguir escribiendo sobre la necesidad moral y seguramente hasta obligada legalmente de devolver el dinero de palcos y sillas para que no nos llamen lo que no somos, aunque esta devolución implique problemas y gordos a bastantes hermandades; sobre la reciente resolución del Vaticano al recurso sobre la hermandad del Prendimiento, del que aunque no sea jurista y no tenga la sentencia completa (a la publicada le faltan páginas), creo que hay mucho, muchísimo que decir; sobre las famosas peticiones de procesiones magnas, extraordinarias, de acción de gracias o como ustedes quieran llamarlo; de los recientes comunicados sobre la llamada despectivamente “fe popular”; del acto maravilloso de Su Santidad para bendecir al mundo; de…
Pero después de tantos años sin casi escribir, sin participar en actos públicos, lejos de la parafernalia pública cofrade, creo que ya me he pasado tres pueblos y medio con quienes se han atrevido a publicar los diecisiete artículos más este de cierre y con quienes, siquiera, hayan leído el título de los artículos.
Pero no me resisto a hacer dos últimos comentarios: Cuando hace treinta o cuarenta años Juan Pedro Cosano y un servidor escribimos una serie de artículos sobre la realidad y el futuro de nuestras hermandades (“Hermandades: hacia un futuro incierto” se titulaban), faltó poco para que algunos “cofrades” quitaran a Primo de Rivera y nos subieran a nosotros en el caballo. Evidentemente, y como esperábamos, la realidad demostró que aquellos “valientes” que nos jaleaban y azuzaban, miraban para otro lado, decían no conocernos o adjuraban de nosotros en el momento que alguien con sotana o alzacuellos decía algo. Simplemente cobardía.
Pues la cosa ha variado poquito. La diferencia más destacable es que ahora se oculta esa, repito, cobardía, tras un seudónimo o un nombre falso en las redes sociales, lo que revierte cualquier atisbo de verdad en lo que se está diciendo y solo consigue hacer daño, y mucho, a las personas o entidades de las que se habla. Dad la cara, cobardes.
El segundo comentario: La Iglesia en general, nuestra Diócesis en particular, y muchos, demasiados, sacerdotes no se han enterado aún que dentro de catorce años se cumplirán doscientos años de la abolición definitiva de la inquisición en España, que llevamos más de cuarenta años de algo que se llama democracia, que vivimos en una época en la que ya no pueden ir por la vida haciendo lo que les da la real gana, y que cariño a la Iglesia y sentido de la obediencia no son sinónimos de sumisión o servilismo.
Pero es que los laicos parece que tampoco nos hemos enterado y consecuentemente, existe una especie de “miedo” a reclamar, protestar, opinar y, por supuesto, denunciar públicamente las actitudes y hechos de algunos que, se supone, “vienen a servir y no a ser servidos”. Quitémonos ese miedo, por favor. Dejemos de ocultar nuestros temores tras una llamada “al Cañadas o al Ojeda” para que sean ellos los que den la cara por nosotros. Dejemos a un lado excusas tales como “no puedo decir nada porque lo va a pagar mi hermandad”, “es que soy de la junta y, claro, me tengo que callar”, y otra larga retahíla de la que se aprovechan quienes, en el fondo, no quieren a las hermandades y, por supuesto, a la Iglesia.
Ser cofrade no es un trabajo, es una vocación, pero vocación de servicio a Dios y a la Iglesia, y Dios y la Iglesia son, ante todo y sobre todo, justicia. Dejémonos de corrillos por detrás, de comentarios maledicentes, de murmuraciones sin fundamento, de bulos que solo hacen un daño inmenso a las personas. Si hay algo que decir, digámoslo, pero con verdad, valentía y dando la cara.