Dos caballos y una duda

Tengo claro que nunca debió llevarse a cabo el espectáculo ecuestre de San Miguel, pero me ha quedado una duda después de toda esta polémica…

En efecto, la grabación de un video promocional en el interior de la iglesia de San Miguel – caballos y caballistas incluidos-, no tiene un pase. Fíjense si no lo tendría que en apenas unas horas el Obispado ya había reprobado los hechos y al párroco no le había quedado otra salida que admitir el error y pedir disculpas.

Cualquier palabra que se añada al asunto se antoja ya por tanto gratuita y redundante, entre otras cosas porque apenas han quedado piedras en el suelo para seguir con la pública lapidación de los autores o colaboradores del suceso.

Más allá del acontecimiento ecuestre y televisivo, lo que más me ha sorprendido estos últimos días es el elevado grado de conciencia ciudadana que parece existir -en según qué conciencias, que todo hay que decirlo- a propósito de la sacralidad de los templos.

Y me ha llamado la atención porque ciertamente desconocía que en estos últimos años hubiera cundido tanto la noble inquietud de dedicar los templos a los fines estrictos para los que fueron concebidos.

En noviembre de 2014, los Obispos del Sur aprobaron en asamblea una serie de pautas encaminadas a tratar de evitar prácticas inadecuadas en el interior de las iglesias, un documento que se dirigía fundamentalmente a las hermandades y cofradías, que ha sido precisamente el sector más ofendido con el espectáculo ecuestre.

Créanme si les confieso que en los casi ocho años transcurridos no había advertido seguimiento alguno de ese documento. Es de suponer –viendo el escándalo suscitado por el uso inadecuado de San Miguel- que al igual que se cuenta de San Pablo es justo ahora cuando nos hemos caído del caballo –valga la expresión- y que en adelante vamos a cumplir a pies juntillas todas aquellas recomendaciones.

Con carácter general, el documento advierte de que “los actos no litúrgicos en un templo dedicado al culto tendrán siempre un carácter extraordinario”, y de que en cualquier caso el acceso a este tipo de convocatorias será “libre y gratuito”.

Incluso, los obispos dejaron claro entonces que las personas que presidan o intervengan en este tipo de actos “se situarán fuera del espacio celebrativo, tratando con el máximo respeto el altar, la sede y el ambón”, que no podrá ser utilizado “para dar avisos, hacer comentarios, leer discursos o dirigir saludos”.

Se contemplan conciertos de música sacra, pero “conviene” que esos recitales estén acompañados de comentarios que “favorezcan una mejor comprensión religiosa y una participación espiritual por parte de los asistentes”.

Al hilo de esta recomendación en concreto, huelga decir que un concierto de valses y polkas de los Strauss no debe entenderse como música sacra. Menos sacro aún es que se acompañe con palmas la interpretación de la marcha Radeztky, cosa que en la primera mitad de los años noventa –cuando todo se hacía supuestamente ‘como Dios manda’- se daba con frecuencia en la misma iglesia de San Miguel coincidiendo con la Solemnidad de Santa María.

Partituras al margen, los obispos dejaron claro en 2014 que las “presentaciones de libros, revistas y carteles cofrades” se podrían celebrar en las iglesias “con carácter extraordinario”, advirtiendo también de la necesidad de buscar “otros espacios más propios” fuera de los templos siempre que resultara posible y en todo caso cumpliendo las recomendaciones ya anteriormente comentadas: fuera del espacio celebrativo, máximo respeto al altar, nada de discursos o saludos desde el ambón…

Tengo la impresión de que todas estas recomendaciones apenas han sido tenidas en cuenta por las hermandades y cofradías en los últimos ocho años. Es más, creo incluso que los párrocos o rectores de los templos también han hecho la vista gorda.

El templo se ha venido utilizando para casi cualquier cosa: cabildos, conferencias, conciertos, presentaciones de carteles, coloquios más o menos acalorados…, e incluso igualás de costaleros. Nadie hasta ahora se había mostrado escandalizado por ello a pesar de que las recomendaciones de los Obispos del Sur eran meridianamente claras.

El ambón se utiliza lo mismo para proclamar la Palabra de Dios que para entregarle una placa de agradecimiento al patrocinador de un cartel, y no he escuchado rechinar de dientes por ello.

Sobre el espectáculo de los dos caballos lo tengo claro: no se debió hacer.

Pero me ha quedado una duda… No sé si ese malestar generalizado guarda algún tipo de relación con la iglesia concreta en la que se desarrollaron los hechos y la persona que lo permitió o si realmente existe una conciencia creciente de que el templo debe preservarse de todo aquello que no tiene nada que ver con la liturgia…

Ojalá nos hayamos caído del caballo y entremos ahora en una fase de conversión que nos lleve a preservar la sacralidad de los templos, donde por citar apenas un ejemplo los besamanos y besapiés vuelvan a convertirse en ceremonias de acercamiento a las imágenes en las que no parezca que nuestros cristos y vírgenes forman parte de un ‘photocall’ cutre y donde las oraciones ganen a los ‘selfies’…

Ojalá, aunque lo dudo…

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